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Arrancó 2021. ¿Y? Pues nada. Sigue todo (es decir, seguimos todos) igual que hace unos días, cuando daba los últimos coletazos el por tantas razones inolvidable año 2020. «¿Pero no habíamos quedado en que año nuevo, vida nueva?», preguntará alguno. ¿Vida nueva? ¡Las ganas! Hoy ... por hoy, un sueño. Una quimera. Los problemas que nos afectan en conjunto son los mismos de la semana pasada. Y la estúpida actitud ante ellos de numerosos individuos, también. Qué desgracia. Otras, lo desconozco, pero nuestra especie no cambia a mejor de la noche a la mañana.
Defendiéndonos con el escudo de la ironía podríamos resumir en plan Cantinflas la situación actual. Recordaré sus palabras, prodigio de claridad; idóneas, en consecuencia, para la clase política: «Estamos peor, pero estamos mejor. Porque antes estábamos bien, pero era mentira. No como ahora, que estamos mal pero es verdad». Así estamos. Y para estar. Un mal que nos tiene atrapados desde hace tanto tiempo en el laberinto de la incertidumbre tampoco se arregla en cuatro días. La realidad es terca, rocosa. De ahí que el ser humano se aferre a la esperanza del mismo modo que a un salvavidas en la inmensidad del océano. ¿Será la vacuna el punto final o un punto y aparte? ¿Podremos volver a la vieja normalidad, añoradísima cada jornada, cada hora, cada minuto, cada segundo? ¿Nos encontramos ante la aniquilación total de la pesadilla colectiva o ante una parcial? ¿Se reactivará pronto la economía, con lo que implica? He aquí interrogantes que cualquiera se plantea, para los que nadie sensato tiene respuesta válida. En tal aspecto parece evidente que a pesar de haber estrenado calendario no hemos conseguido escapar de 2020.
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