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Acudir a El Sardinero este año es como ir al dentista. Sabes que puede pasar de todo y casi nunca bueno. Lo único cierto es que las emociones están aseguradas aunque uno viva al borde del infarto permanente. Nada altera por ahora esa rutina de ... abandono. Ni ganando dos cero y con el rival muerto sobre el campo puede estar uno tranquilo. Porque siempre sabes que puede pasar algo que rompa el encanto y haga que todo se venga abajo de repente. Esta vez fue la absurda expulsión de Mario Ortiz, que dejó a su equipo 20 minutos con uno menos y convirtió a sus compañeros en zombies sobre el campo. Incapaces de meter la pierna y ganar un duelo. Colapsados por la presión y el miedo a perder. Más que jugadores profesionales curtidos en mil batallas parecían muchachos imberbes y a punto de llorar.

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