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Acudir a El Sardinero este año es como ir al dentista. Sabes que puede pasar de todo y casi nunca bueno. Lo único cierto es que las emociones están aseguradas aunque uno viva al borde del infarto permanente. Nada altera por ahora esa rutina de ... abandono. Ni ganando dos cero y con el rival muerto sobre el campo puede estar uno tranquilo. Porque siempre sabes que puede pasar algo que rompa el encanto y haga que todo se venga abajo de repente. Esta vez fue la absurda expulsión de Mario Ortiz, que dejó a su equipo 20 minutos con uno menos y convirtió a sus compañeros en zombies sobre el campo. Incapaces de meter la pierna y ganar un duelo. Colapsados por la presión y el miedo a perder. Más que jugadores profesionales curtidos en mil batallas parecían muchachos imberbes y a punto de llorar.
La imagen fue dura porque el equipo demostró que es muy poco fiable cuando llegan las dificultades y se volvió a hacer añicos con el primer revés serio. Dónde está la experiencia y las tablas de los veteranos en momentos como este. Nadie lo sabe, porque nadie las ha visto a lo largo de todo el año. Equipos como el Almería, el Lugo, La Ponferradina o el peor Dépor de la historia nos han sacado los colores en el tramo final de los partidos.
Esta vez pegarle al entrenador es tan injusto como culparme a mí del empate. Supongo que Cristóbal, que ha estado en cientos de partidos bastante más difíciles de los que está jugando su equipo este año, sigue frotándose los ojos buscando una explicación a lo visto en el tramo final ante el Fuenlabrada. Sólo tiene que echar un vistazo a los vídeos de este año para ver que ya ha pasado más veces. A lo largo de la temporada uno va viendo cómo se forja la personalidad de los equipos y todos acaban teniendo un poso diferente. A este le sigue faltando un hervor para pelear la categoría y es en esto en lo que va a tener que trabajar el entrenador a destajo. Porque al margen de lo futbolístico, el Racing es un equipo roto en lo emocional y se derrumba a la primera dificultad que encuentra.
Pero ya no hay escusas. Esta plantilla tiene que entender que el club se juega en estos meses algo más que la permanencia. Otro descenso a Segunda B podría ser una catástrofe irreparable. Con cerca de 20 millones de euros de deuda no podemos caer de nuevo en ese infierno. Por eso sobran los pipiolos y tienen que empezar a aparecer los hombres, porque además del talento, la testiculina también cuenta. El míster tiene que aferrarse a los que se quieren sumar a la causa y dejar por el camino al resto.
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