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Esta situación que vivimos se vuelve aún más difícil cuando alguna persona apegada a nuestro afecto se nos va sin que apenas podamos acompañarla al acabar sus latidos. Necesitamos un trabajo interno intenso que permita conectar ambos corazones en el vacío del silencio. Corazones unidos ... ayer y que, paralizados por este tiempo, no pueden expresarse ni en el amor de una caricia ni en el dolor de una lágrima que asoma desde nuestro recuerdo.
El duelo que no presenciamos impide que las emociones nacidas de él puedan ser compartidas. Expresiones que constituyen la manera de formalizar la despedida porque necesitamos expresar el dolor por la pérdida con rituales y símbolos que permiten acompañar a nuestros seres queridos más allá de la vida y, al mismo tiempo, ayudarnos a elaborar reflexiones, sentimientos, pensamientos, perdones y compromisos.
Ante esta situación diferida la palabra es el lazo que une nuestras emociones y que exterioriza todo lo que sentimos. Palabra sin culpabilidades, sin prisas, verbalizando e incluso haciendo que aflore el componente espiritual y buscando una explicación ante lo que no tiene sentido. Podemos despedirnos frente a una fotografía, una música, un objeto que posea recuerdo o videoconferencias con familiares y amigos que pueden acercarnos a aquellos recuerdos compartidos y transmitirnos palabras llenas de cariño. Permitirá ello poder verse, acompañarse, llorar juntos y despedirse de quien se nos ha ido.
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