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No escribimos sobre nada novedoso, desconocido, singular o raro. Desde siempre, a lo largo de nuestras vidas, todas las personas hemos asistido a situaciones de intimidación, amedrentación o provocación de la mujer por el hombre. Una mujer deambula por la vía pública, generalmente joven, aunque ... puede ser menos joven, y un hombre o un grupo de hombres, la miran fijamente, cuchichean, sonríen o ríen ostentosamente, y al final alguno, o en coro, lanzan como dardos, balas o cañonazos. El calibre del arma varía, son comentarios que hacen referencia a su cuerpo, a sus movimientos, acompañadas de alguna propuesta soez, indigna, chabacana o grosera.
En este caso, la joven se siente tensa, nerviosa, el miedo se adueña de ella, acelera el paso para que todo se quede en el camino. A continuación llega la irritación, el enfado, la contrariedad, la incomprensión e impotencia. Acelera el paso hasta llegar a zonas más seguras, que son aquellas que disponen de más luz y de más viandantes o visitantes del lugar.
Todo ha pasado, todo ha sucedido de forma espontánea, y se ha quedado en el camino. No ha ocurrido la temida agresión física, hemos tenido suerte, hemos superado una prueba que se repite y se repite, y que a todos nos es familiar. Prueba de esto es que lo han sufrido ocho de cada diez jóvenes, y lo peor es que la siguen sufriendo diariamente.
Pero lo que parece mentira, algo increíble, algo que en frío es difícil digerir, es que, nadie de los individuos que lo presencian, nadie de las personas que por casualidad son testigos de los hechos relatados, nadie, ni mayores, ni jóvenes, ni madres, nadie, se siente concernida, no va con ellos, por lo que dejan discurrir el suceso de forma pasiva, incluso podemos asistir a alguna «gracia». Es algo que provoca cierta hilaridad cuando una chica joven camina acosada y con las lágrimas en los ojos.
Es algo que requiere cierta atención, porque como comenzábamos esta tribuna, no es original, diferente, distinto, nuevo... Es algo súper conocido, tanto, que de acuerdo con las pocas denuncias que las violentadas presentan, un 3% de las que lo sufren, se están realizando mapas de seguridad para las jóvenes, observando que zonas oscuras, despobladas, con pocos viandantes, jardines, parques, o aglomeraciones con escaso control, son lugares peligrosos.
Todo ello supone al final una pérdida de libertad para las jóvenes, que se refleja especialmente en no poder transitar por donde desean, o no poder vestir las prendas con las que se sienten mejor, o no poder visitar, según que hora, determinados lugares, o tener que regresar a casa después de un día de fiesta, buscando ayuda de alguien conocido con coche, o un taxi, o a una hora en la que no querían regresar.
El grado de libertad de las personas de una sociedad tiene una medida concreta, que viene definida por el respeto que el resto de las personas profesan a cualquier individuo, el respeto al otro, a nuestro semejante, el acatamiento a la norma, que entre todos nos hemos dado, la consideración y el decoro en el tratamiento de las colectividades.
Son virtudes de nuestras sociedades llamadas occidentales, o desarrolladas, son referentes que nos propician calidad de vida, y con ello estados de felicidad compartidos.
Cada individuo como ser social, forma parte de un grupo y con ello de la colectividad, dispone de un referente que es la familia, y de unos apoyos de los que forman parte importante sus amigos y compañeros. Entre todos estos personajes figura el mayor grado de diversidad de personas, desde nuestra propia madre, hasta el vecino y la amiga de nuestra hermana. Todos estamos unidos por diferentes vínculos, más o menos importantes, pero todos ellos necesarios. Hemos de intentar desde hoy que este grupo o equipo, o pequeña y gran colectividad, sea feliz, que es tanto como decir que sea libre. Defendámosla, velemos por su seguridad, vigilemos la presencia de seres depredadores, que con escasos o nulos escrúpulos, intentan destruir tanta hermosura equilibrada.
Es solamente una toma de conciencia de una realidad, pasar de un hecho que existe en estado de letargo, a transfigurarle en algo trascendente, significativo importante, incluso vital.
No permitamos jamás que nadie atropelle caprichosamente a nadie, y pongamos en su lugar el apoyo, el respeto, la solidaridad, junto a un compromiso de hermandad y apoyo.
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