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Esta epidemia del Covid-19 ha trastocado nuestras vidas como ciudadanos y como sociedad; nos está haciendo pagar un precio muy alto y será más elevado si ahora no respondemos con eficacia y responsabilidad a sus consecuencias. El reto al que nos enfrentamos exige ... generosidad y algunos aciertos. Estamos sintiendo miedo por nosotros y por lo que les puede ocurrir a las personas que queremos y sentimos cerca, por lo que les puede suceder a quienes cumplen con sus obligaciones de servidores públicos, por lo que pueden sufrir quienes sin ser servidores públicos trabajan ocupándose de los trabajos esenciales para que la vida continúe.
Esta epidemia ha superado las dimensiones y consecuencias de cualquier otra crisis sanitaria. Ha ocasionado tensión, miedo e incertidumbre en todos los ámbitos de nuestra vida personal, social y laboral. Hemos descubierto (si no lo habíamos hecho ya) la basura y el odio que puede circular por las redes sociales, pero también ha hecho que nos sintamos más sensibles ante el dolor ajeno, que aceptemos normas de comportamiento, porque con ello contribuimos a evitar problemas. No cumplimos ni hemos cumplido penas de reclusión domiciliaria, como he leído a portavoces de la derecha.
Cuando comenzamos a ver un poco de luz al final del túnel, nos interrogamos sobre cómo vamos a recuperar la confianza social perdida y cómo vamos a trabajar para superar la crisis económica y sus efectos devastadores.
Necesitamos un gran pacto para la reconstrucción y rehabilitación de nuestra economía. No será fácil llegar al acuerdo porque las exigencias vendrán de diferentes frentes con agendas y prioridades distintas: los partidos políticos con representación parlamentaria, las Comunidades Autónomas, las entidades locales y los interlocutores sociales. Pero habrá que intentarlo y para ello habrá que apartar a los demagogos, a los gurús enciclopedistas y a los entusiastas de los titulares sin contenido. Tampoco fueron fáciles los acuerdos en los Pactos de la Moncloa firmados el 25 de octubre de 1977 y aprobados en el Congreso de los Diputados con un solo voto en contra. Después de las elecciones del 15 de junio de 1977, preocupaba la situación económica: el paro no dejaba de aumentar, la inflación era del 30% y el país estaba en práctica suspensión de pagos. Se trataba de evitar que la crisis económica impidiera la construcción de la democracia, como dijo entonces Fuentes Quintana. Cuando los países occidentales desarrollaban programas de ajuste, en España estábamos ocupados en superar los restos del franquismo y el gobierno, por sí solo, no disponía de autoridad suficiente para imponer un programa de reformas. Ese fue el origen de los Pactos de la Moncloa: sumar voluntades y, desde un esfuerzo compartido, evitar que un colapso económico nos arrastrara a un fracaso político. El contenido de aquellos pactos era bastante más que una propuesta de ajuste.
El interés general hoy nos obliga, a cada uno desde su responsabilidad personal, a combatir la epidemia con los medios posibles para cuidar la salud de los ciudadanos. Siendo esa la prioridad, se trata, simultáneamente, de preservar nuestro aparato productivo, nuestro tejido empresarial integrado por autónomos, cooperativas, pequeñas, medianas y grandes empresas, porque no hay ni habrá empleo si no hay empresas funcionando. El país volverá progresivamente a la plena actividad económica y reactivará nuestra capacidad productiva, pero deberá hacerlo en condiciones de seguridad.
El Gobierno de España, los partidos políticos, los gobiernos autonómicos y los interlocutores sociales, están convocados para alcanzar un gran acuerdo para la reconstrucción económica y social tras la crisis del coronavirus. La ciudadanía demanda que, en estas circunstancias, se alcancen acuerdos con sentido de Estado que incluirán la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado. Escuchando intervenciones de algunos responsables políticos, se tiene la impresión de que lo urgente para ellos es trabajar contra el gobierno y esperar que la epidemia se lo lleve por delante y que se vea obligado a convocar elecciones en otoño. Por lo que uno lee y escucha a los portavoces del mundo conservador (son variados), el clima no parece propicio para acuerdos de esta envergadura, que presuponen voluntad de reconstrucción nacional, disposición al diálogo, esfuerzo para el consenso y generosidad para aceptar cesiones. De lo que se trata es de evitar, desde el compromiso compartido, una catástrofe social reconociendo los efectos devastadores que nos está ocasionando esta epidemia.
Este país se merece Pactos de Estado, aunque antes debiera de haber políticas de Estado, y así se lo exigimos a los políticos, a todos los que valoran la importancia de la política. Si existe un objetivo, el acuerdo será algo más fácil. Y hoy el objetivo es ofrecer seguridad sanitaria a las personas y evitar que se desplome nuestro sistema productivo. No valen disculpas. Para nuestros políticos, ¿no es suficiente ese objetivo para buscar soluciones compartidas?
Cuando todo esto acabe, no quiero despertarme en una sociedad que tenga como modelo China. No quiero una sociedad donde se hable con frivolidad de arrestos domiciliarios. Quiero una sociedad abierta y libre como la que ahora tenemos en cuarentena.
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