![Adiós a Trump desde el Sahara](https://s2.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202012/17/media/cortadas/60766347--1248x898.jpg)
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Quizá no haya sido el último de sus mensajes como presidente de Estados Unidos. Pero el anuncio de Donald Trump a través de twitter del reconocimiento del Gobierno norteamericano de la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental, parece un punto final para una ... estrategia geopolítica en Oriente Medio y el Magreb, que ha culminado con el sello de la alianza con Marruecos, como valedor en el África atlántica y el mediterráneo occidental de los intereses comunes entre importantes países árabes, los norteamericanos e Israel. Porque todo parece indicar que la negociación diplomática, en la cual Marruecos consigue el apoyo de la primera potencia para su más insistente reclamación internacional, y que seguramente estará secundada en breve por otros aliados de los Estados Unidos, tiene una contraprestación que no solo pasaría por la venta de armamento moderno a los marroquíes, sino también por el reconocimiento de Israel desde el Reino alauita de Mohamed VI. Trump ha colocado una pieza esencial en el puzle del Mediterráneo para completar las piezas movidas durante los últimos cuatro años en Oriente Próximo: una alianza firme con otro país árabe, con capacidad de combatir la emergencia de grupos radicales en el Sahel y contrarrestar así presencia política y militar rusa en el Mediterráneo y la expansión de la política comercial y de cooperación china en África.
Dentro del orden internacional de competición entre potencias el siguiente paso no será la estabilidad. Si no que más bien, el siguiente movimiento de las potencias rivales, o de la aspirante, la ambigua Turquía; o de los grupos mercenarios y de los integristas desplazados desde otros escenarios para combatir ahora sobre cualquier terreno africano para seguir propagando la fe religiosa y ganando dinero con ello. Los dragones y las serpientes. Así les llama el analista estratégico australiano David Kilcullen ('How the rest learn how to fight the west', Hurst 2020) a este conjunto de actores dispersos con intereses coincidentes, o no, pero cuyo objetivo prioritario es debilitar, geopolíticamente, el modelo liberal occidental y el liderazgo norteamericano. Esa es ahora la primera cuestión. Cuál será la repercusión de la decisión en los propios saharauis y en Argelia que ha amparado sus reclamaciones y que recibe influencias y apoyos rusos y chinos; o en Libia donde pugnan turcos, rusos y europeos; o en el Sahel y el Cuerno de África, desde donde parten las redes del tráfico de personas. Y, naturalmente, entre los miembros de la OTAN, encabezados por España y Francia, que pueden convertirse en parte activa de la solución o en víctimas de sus consecuencias con parecida facilidad.
En el mundo abierto e interconectado del siglo XXI, la decisión sobre el Sahara puede tener repercusiones en muy distintos escenarios. Una soberanía generosa con la autonomía del pueblo saharaui podría difuminar las resoluciones de Naciones Unidas sobre la convocatoria de un referéndum que se han ido oscureciendo con el paso de los años. Entre otras razones porque el Sahara Occidental fue siempre un territorio de pugna entre países e intereses regionales africanos, pero también entre las dos superpotencias enfrentadas durante la guerra fría. Al mismo tiempo, una autonomía amplia para los saharauis podría servir de referencia a la idea israelí de olvidar el reconocimiento del estado palestino, para buscar otras fórmulas que, en este momento, no encuentran ni un marco de negociación, ni un liderazgo claro para poder implementarse. Ni en Israel, ni en la Autoridad Nacional Palestina, ni en Estados Unidos.
La llegada de Joe Biden a la Casa Blanca no tiene ninguna de pinta de alterar este ejercicio estratégico de los departamentos de exteriores y de defensa de Estados Unidos en Oriente Medio y el Magreb durante el mandato republicano. Más bien al contrario. Pero el 'New York Times' recordaba recientemente a Biden que, a la hora de visitar Egipto, actor esencial en una región cada vez más interconectada con África, la nueva estrategia que la diplomacia norteamericana debería de poner en marcha es la de exigir mayores compromisos y resultados en la promoción de los derechos humanos. Que además podría tener repercusiones en conflictos similares, como el de Hong Kong. Un paso adelante que ayudaría a los demócratas a recuperar valores internacionales que Donald Trump aparentemente había olvidado en beneficio de intereses exclusivos y, aparentemente, tan americanos.
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