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Todo comienza con una obsesión por el agua. En los albores de la historia, el Creciente Fértil es el lienzo sobre el que se dibujan la cultura y los primeros conatos imperiales. De Mesopotamia a Persia. También en Egipto, por supuesto, brillan la gestión de ... la escasez, la esclavitud y las obras de irrigación. Los poetas y los profetas se intercambian relatos sobre el exceso y el pecado original, mientras los monarcas construyen las ciudades más tempranas. El agua no sólo calma la sed; el relato de la Creación sugiere el temor atávico al abismo del océano, a la furia de la naturaleza incontrolable: «un viento de Dios aleteaba sobre la faz de las aguas» (Gn. 1:2).
Más adelante, en el mismo libro, Noé construye su arca porque el Eterno se lo ha pedido. Sus compatriotas no comprenden el celo trabajador. Las crónicas destacan la construcción parsimoniosa del arca porque el esfuerzo de Noé debe servir también, nunca mejor dicho, como aviso para navegantes. El castigo es genocida y, después, calmada la justicia, vuelven las aguas a su cauce. El Diluvio Universal forma parte de los saberes antiguos, del mito generador de precauciones. El agua sumerge y, de su hostilidad, nace la humanidad nueva.
Nuestra especie ha podido conquistar cada pedazo de la tierra y atravesar la barrera de la atmósfera, pero el agua siempre vence. Recordemos Biescas y los ochenta y siete muertos o las gotas frías del Levante, a las que asistimos todos los años con idéntica sorpresa. La semana pasada, Santander sufrió también los efectos del agua dominante. El Sardinero parecía un arrozal del sudeste asiático y apenas asomaban los árboles, anegados casi hasta las ramas.
La política, en su cotidianidad inane, no hace frente a la realidad cuando esta se impone. No hay discurso que valga, ni inclusividad, ni españoles que madrugan. Hay gestión insuficiente, concesiones que terminan en conflictos, excusas de uno u otro color. Ignoramos si fue el tanque o el alcantarillado. Carece de importancia en un asunto que habremos olvidado en pocos días. Quedarán, claro, las imágenes virales, los vídeos del autobús avanzando como uno de los Reginas por la Plaza de Italia. Los rigores de la discusión técnica se las dejamos a los profesionales, pero a condición de que vuelvan a servirnos relatos sobre el mal y la injusticia.
El verse unos a otros como enemigos irreconciliables ha ayudado a España a avanzar por la historia sin participar de ella. El agua es la demostración de la hora que llega irremediablemente para hundir la tontería y la demagogia. Los políticos están para el alcantarillado, eso es todo. ¿Cuándo asumiremos su destino prosaico?
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