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Llegadas estas fechas, pienso en los que se fueron; familia, amigos, benefactores… esas personas que han sido un regalo para mí, don que he empezado a apreciar mucho tiempo después de que se marcharan. He tenido que visualizar escenas, palabras, hechos, que pasados los años ... he logrado comprender y apreciar. Me han acunado, educado, abrazado, acompañado, escuchado. A su lado he aprendido a leer, a escribir, a contar chistes, a jugar al ajedrez, a ser generoso, a contar historias, a rezar. Me han dado buenos consejos cuando lo necesitaba, pero, sobre todo, y ahora, desde el recuerdo, los contemplo como referencias y luz para el camino.
Me han hecho ver el lado bueno de las cosas, han sido muy pacientes conmigo, incluso han curado mis cicatrices y me han mostrado el mundo como un lugar maravilloso en el que vivir. Por ellas, cada día colecciono motivos por los que merece la pena esforzarse y ser feliz. Fueron personas buenas, pacientes, su ejemplo me ayudó a ser mejor. No se casaban con nadie, tenían palabra, no traicionaban la verdad por agradar a alguien. Su sentido de la justicia y el bien les hizo singulares. Seres íntegros que fueron más allá de las obligaciones morales y que nunca dudaron tender su mano para ayudar a los de lejos y a los de cerca. Hicieron lo correcto, por eso con el tiempo brillan aún más. «Ninguna buena acción, por pequeña que sea, será una pérdida», Esopo.
Cuando me pregunto de qué podían estar hechas esas personas, he llegado a la conclusión, de que estaban hechas de bondad, de ternura, y sobre todo, 'de acero inolvidable'. Con vosotros hoy y siempre.
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