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En un pequeño pueblo que vivía del trabajo del campo, se produjo una larga sequía que amenazaba con dejar en la ruina a sus habitantes. Casi todos eran creyentes, por lo que debido a la grave situación fueron a pedirle rogativas, oraciones, triduos y sufragios ... al cura para que Dios mandara la tan anhelada lluvia. El preste, escuchó y dijo: «Está bien, se lo pediremos a Dios. Si bien hay una condición indispensable. Hay que pedírselo con mucha fe». El pueblo aceptó y comenzaron a ir a misa todos los días. Las semanas pasaban y el agua no caía. Ni siquiera se veían nubes.
Se impacientaron y fueron muy enfadados, e incluso indignados, a pedirle explicaciones al párroco. Le dijeron que habían sido devotos, qué habían creído, que habían tenido fe, que llevaban mucho tiempo rezando (alguno indicó que más que en toda su vida) pero que el campo estaba más seco que antes, mucho más. El mosén miró a todos y cada uno de ellos y les pregunto: «¿Habéis pedido con verdadera fe?» Nadie dudó, y todos asintieron. Entonces el sacerdote les hizo una pregunta. «¿Por qué durante todos estos días ninguno de vosotros ha venido con paraguas a misa?»
Con la que está cayendo y no sólo de agua hablo, he de confesar ante Dios y ante vosotros hermanos que con frecuencia caigo en la tentación de la desesperanza y la falta de fe… en la política, en los gobiernos, en la justicia, en las palabras que hablan de erradicación de la pobreza y del hambre. Y lo digo porque en este país solo Cáritas parece estar donde realmente se la necesita. ¡Señor ten piedad!
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