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«Un vendedor de perlas solía bajar los lunes a la ciudad para venderlas. Cada semana caminaba un largo trayecto y se sentaba en su espacio reservado en la feria, pero nunca lograba vender nada. Regresaba a su casa con la misma cantidad de perlas. ... Cansado de no poder venderlas, después de pensar durante un largo tiempo, encontró la solución. Construyó una caja hermosa para ubicar su tesoro y así atraer la atención de los compradores. La construyó con mármol y le colocó diamantes alrededor. La tapa estaba chapada en oro y en su interior una tela de lino albergaba las perlas. El vendedor salió el siguiente lunes hacia el pueblo y se ubicó en su espacio correspondiente. Abrió su bulto, y al sacar el cofre, la gente comenzó a agolparse a su alrededor. Todos esperaban la apertura de tal belleza, deseando ver lo que había en el interior. El vendedor abrió el contenedor, para su sorpresa, todos quedaron decepcionados con el contenido; eran las mismas perlas de la semana anterior. Las personas comenzaron a ofrecer dinero por la caja, pero nadie ofreció nada por las perlas».
A veces, en nuestra búsqueda de reconocimiento y aceptación, nos embarcamos en la construcción de 'envoltorios' brillantes para presentar nuestras cualidades. Pero, al igual que las perlas, nuestra esencia y valor fundamental permanecen inalterados. La autenticidad y la calidad interior son las verdaderas joyas que poseemos. Mi abuela decía que el buen paño en el arca se vende, también nos contaba que, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Ser o tener, ser o aparentar, el fondo o las formas. Ese parece ser el dilema actual.
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