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La festividad de Santo Tomás de Aquíno, patrono de la educación, de las escuelas y universidades, me lleva una vez más a reflexionar sobre un pilar fundamental de nuestra sociedad. Detrás de ella, brotan tres palabras: maestro, alumno y lección. Maestro es un vocablo que ... nos habla de quién se dedica a la docencia, «que enseña o forma y del que se reciben enseñanzas muy valiosas». Generalmente tras la palabra aparecen ineludiblemente los profesores que emplearon tiempo y vida en regalarnos no solo el saber, sino en muchas ocasiones, valores fundamentales encarnados en sí mismos.
Del baúl de los recuerdos, surgen nombres propios; Don Aurelio, alegre, entretenido, brillante profesor de Sociales en EGB. Padre Eduardo en el Seminario; con él empecé a amar la literatura, a leer libros y a escribir. Doña Carmen ya en la UNED, profesora de Francés: paciencia, vocación, inteligencia y pasión. Después, un día, tú te ves delante como docente, y no te das cuenta, salvo cuando frisas los sesenta, de que posiblemente tú también hayas dejado una impronta en tus alumnos, que puede sea muy diversa conforme quién la recibió. Antonio Machado, que impartió clases en institutos de Soria, Baeza, Segovia y Madrid, siguió siempre una máxima: «Combatir la ignorancia», posiblemente en esa definición se diga mucho con todas sus implicaciones y consecuencias.
Alumno, yo lo fui y lo sigo siendo en la escuela de la vida. Una y otra vez, vuelvo al aforismo griego «conócete a ti mismo». Otros tiempos, la relación profesor alumno sigue siendo el eje mágico. «Una tarde parda y fría de invierno. Los colegiales estudian. Monotonía de lluvia tras los cristales. Es la clase…» Recuerdos Infantiles (Machado).
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