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La vigilia pascual ha sido para mí una de las celebraciones más sentidas de todo el año. De noche, la iglesia a oscuras, el cirio pascual camina disipando las sombras con su luz, nos va guiando, unos a otros nos pasamos el testigo: es la ... luz de Jesús resucitado. La iglesia se ilumina poco a poco. Escuchamos el canto del pregón pascual cantado por el sacerdote: «Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y, por la victoria de rey tan poderoso, que las trompetas anuncien la salvación».
En espíritu de oración, de vigilia, leemos los grandes acontecimientos de la historia de la salvación, desde la creación, el paso de los israelitas por el Mar Rojo, hasta el momento culminante de la resurrección de Cristo. En muchas iglesias suenan las campanas, se unen al canto del Gloria y resuena de nuevo el Aleluya como himno de victoria. Es la noche bautismal, en la que los cristianos de los primeros siglos recibían el sacramento primero. Como réplica, aunque no siempre se celebren bautismos, el sacerdote bendice el agua y todos renovamos nuestras promesas recibiendo la aspersión del agua bendita en recuerdo de nuestro bautismo.
En esta eucaristía lo que celebramos es el acontecimiento salvífico que se recoge y expresa en la cena y que es el compromiso radical y la entrega de Jesús hasta la muerte. Lo que Jesús hace en la cena del jueves santo es reafirmarse en su obediencia filial al Padre y en su solidaridad total con los pobres, los últimos, los excluidos, los pecadores, asumiendo hasta el final las consecuencias. Sin duda, la vigilia pascual es crucial para reavivar la fe.
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