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Manuel Alexandre, uno de los grandes nombres del cine, la televisión y el teatro español, prefería el sexo de pago por la ausencia de compromiso y porque valoraba la profesionalidad por encima de todo. Don Manolito, como le llamaban los camareros del café ... Gijón de Madrid, donde se le guarda recuerdo y homenaje permanente, tuvo alguna relación sentimental estable, aunque lo suyo era lo otro. Hablaba con afecto y nostalgia de viejo de quienes se dedican a este oficio voluntariamente, y quizá influido por el trato habitual, las consideraba «personas respetables, de general buen hacer y muy de fiar». La opinión del frustrado periodista y actor en más de tres centenares de películas puede ser compartida o rechazada, pero tanto apreciaba Alexandre el arte que dejó de recitar el día que Fernando Fernán Gómez leyó poesía de una forma que le pareció insuperable.
La profesionalidad es hoy un bien escaso, entendiendo como tal no solo la dedicación al trabajo sino el buen desempeño y el interés por el mismo. Uno de los mejores y más divertidos ejemplos gráficos de profesionalidad estuvo colgado durante años en una de las paredes de la Redacción de El Diario Montañés en la calle Moctezuma. El Ayuntamiento de Torrelavega convocaba plazas de barrendero, y la fotografía enviada por la delegación del periódico era genial. Se veía una mesa situada en plena calle, mientras el jurado examinador, sentado y de espaldas a la cámara, observaba el correcto manejo del escobón por parte de uno de los aspirantes. La escena berlanguiana del absurdo y la carcajada se extravió en el traslado a La Albericia, pero permanece vigente una frase convertida en axioma: dame profesionales hasta para barrer.
Hay profesiones honorables, entre las que se encuentra la de barrendero, y otras no, según las reglas morales de esta amoral sociedad nuestra, si bien ya nos advertía Cela de que «la jodienda no tiene enmienda». El coronavirus ha golpeado a este negocio antiguo por el riesgo de contagio, aunque sería deseable, evitando nuevos males, que el cierre de prostíbulos fuese acompañado por la búsqueda de soluciones para esas mujeres explotadas por mafias y proxenetas a los que no califico, pero a quienes en época de espadas y arcabuces llamarían hideputas. En la década de los noventa fue prohibido el campeonato de Cantabria de lanzamiento del enano, en la discoteca No, al tratarse de un espectáculo humillante, y así era, pero el enano se quejó amargamente porque le arrebataban su único medio de vida. Le cambiaron, sin pedirlo, dignidad por hambre.
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