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Solo quedaron vivos un viejo y un recién nacido. 'La amenaza de Andrómeda', un libro de Michael Crichton llevado a la gran pantalla y convertido después en una serie de televisión, no es el relato de ciencia ficción más aterrador sobre la propagación de ... un virus desconocido, pero sí uno de los de mayor impacto. El argumento gira en torno a la liberación de un germen maligno sobre un pequeño pueblo de Nuevo México, tras estrellarse un satélite artificial, que mata a todos sus habitantes. Un grupo de científicos se encierra en un edificio subterráneo y emprende una carrera contra reloj para descubrir un antídoto imposible porque el virus muta. Numerosas novelas y películas han tratado este asunto –alguna de ellas situaba el origen en China– entre las que destacan '12 monos', 'Cargo', 'Soy leyenda', 'Pandora', 'Guerra Mundial Z', 'Estallido', '93 días' o 'Contagio'.
Pero la pesadilla de ahora es real, no es ficción ni cine ni simulacro. El coronavirus, la pandemia universal y actual, se expande sin remedio. España es uno de los países más castigados, aumentan los casos en Cantabria, se cierran las fronteras nacionales y europeas, nos confinan en nuestras casas, la economía se tambalea, miles de puestos de trabajo están en riesgo y únicamente el temor al contagio es superior al de la perplejidad. Esto no podía ocurrir. El Covid-19 está costando miles de vidas y no se ve aún la salida, si bien otras epidemias han sido aún más letales. A causa de la viruela y el sarampión, teóricamente erradicadas hoy, fallecieron 500 millones de personas. El sida, del que ya no se habla, sigue siendo uno de los mayores desafíos a la salud pública del mundo. La cifra de muertes es de 32 millones desde que surgió el VIH en 1980.
Estamos instalados en una falsa seguridad sin advertir la extrema fragilidad de todo. Vivimos bajo una permanente amenaza de Andrómeda. Viajamos sobre una roca minúscula a través del campo de tiro del sistema solar y solo es cuestión de tiempo que un proyectil nos alcance. En la superficie de esa roca, la medicina ha avanzado extraordinariamente, mas no tiene todas las respuestas. Pero seguimos adelante, confiando en la ciencia. Tal vez esta crisis, peligrosa y nueva, sirva para dotar a los científicos españoles de los medios necesarios, permitiendo que investiguen aquí, en nuestro país, aunque nunca hemos aprendido las lecciones anteriores. El coronavirus es útil también para conocer a la gente. Ahí queda el miserable ejemplo de la víbora independentista, con rostro de abuelita bonachona, que se mofa de los muertos de Madrid.
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