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La historia de Cantabria forma parte de la de América. Pero no sólo, ni principalmente, en el sentido de lo que allí han vivido y realizado montañeses y sus descendientes, desde el cartógrafo Juan de la Cosa hasta el presidente de México ... que aloja a nuestras autoridades en su rancho de 'La Chingada', Andrés Manuel López Obrador, quien ha reclamado por carta al Rey de España y al papa Francisco que se disculpen por la invasión de América. No, la historia de Cantabria pertenece a la de América en el otro sentido: en el que nosotros somos americanos por irradiación, inextricablemente unidos a la evolución del nuevo continente.
¿Con qué se construyó hace 90 años la Casa de Salud Valdecilla? Con los fondos que el indiano Ramón Pelayo había atesorando vendiendo azúcar cubano en Estados Unidos. ¿Con qué nació y prosperó mucho tiempo lo que llegó a ser el Banco de Santander? Con el capital colonial repatriado. ¿Con qué vivió José María de Pereda lo bastante cómodo como para dedicarse a la literatura? Del comercio colonial de la familia. Medio Comillas es totalmente inexplicable sin dineros generados en América y circulados en Cataluña. Por no hablar de las casonas que ya un siglo antes sus arzobispos coloniales habían erigido, o como esa iglesia de Alfoz de Lloredo a semejanza de la catedral limeña. Una duradera ventaja montañesa desde mediados del siglo XIX, la progresiva alfabetización, no se entendería sin las obras benéficas de los indianos convertidas en escuelas locales (aún quedan las del propio marqués en Valdecilla).
El despegue del Santander contemporáneo está directamente relacionado con la autorización a comerciar con América, cuando se rompió en el siglo XVIII el monopolio del comercio de Indias. Es entonces cuando funcionan las sinergias: ampliación del puerto, de la ciudad, conexión con la Meseta por el camino que después complementará la vía férrea. El intercambio de coloniales con el producto castellano convirtió la capital santanderina en referencia mucho antes de que la minería diese lugar a la industria pesada.
Y nuestro paisaje, de no ser por el australiano eucalipto, todavía sería más americano: los patatales, incluidos los de Valderredible; los preciados tomates de las huertas familiares; las chocolaterías y fábricas de chocolate; los maizales salpicados por toda la región (es decir, también el mítico pan de borono, o las socorridas palomitas del cine); las plantaciones de alubias, que derivan de Guatemala y México; el pertinaz plumero de la Pampa argentina; las palmeras que ocupan más lugares de Cantabria de los que a bote pronto calcularíamos (haga la prueba de contar en Santander y alrededores, y se sorprenderá). Los estancos, que venden tabaco. Las calabazas, que no se pudieron dar hasta que Colón llegó al otro lado. La piña. El propio pavo que usted come en embutido o cocinado proviene en realidad de México. Muchas vacas que pacen en nuestras praderas son descendientes de toros canadienses a cuyos genes abrieron camino los mediáticos 'Sultán' y 'Sabastian' hace ya un tiempo. La productividad del campo, mil granjeros produciendo casi lo mismo que antes 25.000, es biológicamente americana.
Así pues, al margen de las conexiones santanderinas de José Martí, el hombre que luchó por la independencia cubana porque todo pueblo tiene perfecto derecho a buscar la infelicidad por sí mismo, ya se ve cómo somos una parte de la América que ha salido de sí misma para americanizar Europa.
Esto nos lleva a la última cuestión, íntima como si fuéramos todos de una sola sociedad que aún no se ha comprendido a sí misma, cuerpo de Osiris disperso por alguna deidad maya envidiosa. La cuestión es si nos tienen que pedir perdón a nosotros los criollos. Voy a resumir apresuradamente. México ha tenido que liberar a un peligroso narco por incapacidad para imponer el orden legal en el país. Varias de sus ciudades lideran las estadísticas de criminalidad de la ONU. Doscientos años después de la independencia, la vida vale aún menos que en la colonia, y la ley, parecido. México acaba de acoger al huido presidente de Bolivia, Evo Morales, desbancado tras un pucherazo electoral poco finolis. En Ecuador, el presidente de la República fue puesto en fuga por una revuelta que le hizo huir de Quito a Guayaquil. En Perú, el presidente Kuczynski fue destituido por corrupción y actualmente está en arresto domiciliario. De Fujimori o Toledo, ni hablamos. En Chile, arde el país literalmente, para sorpresa de quienes lo consideraban la perla de Sudamérica. Chile no es feliz a pesar de ser el rey del cobre mundial. El cobre no es buen conductor de la felicidad. Argentina ha vuelto al justicialismo tras experimentar de nuevo que sus líderes, cuando estudian macroeconomía, apenas se aprenden las tapas del libro. Otra vez inflación alta y cepo cambiario. Y van… Si es pobre Argentina, ¿quién podrá ser rico?
Sigo. Se estiman entre 3 y 4 millones los venezolanos que han huido de su país en los últimos cuatro años por causas políticas (la dictadura bolivariana que tanto gustaba a Iglesias y Errejón antes de la moqueta), económicas (pésimo manejo de los recursos del país) y sociales (niveles de criminalidad muy elevados). En tasa de homicidios intencionados Venezuela sólo es superada por El Salvador y Jamaica. Un gran éxito de la independencia, claro está para quien quiera verlo. Colombia, aunque ha procurado no perder nunca la cara al liberalismo y la democracia, ha sido martirizada por la guerrilla, el narcotráfico y la desigualdad. Nicaragua ha vuelto a la anocracia sandinista (una 'anocracia' es, técnicamente, un sistema que reúne de forma caótica rasgos autoritarios y democráticos). Puerto Rico triunfa con el reguetón, que es el grito de escape de un pueblo que no se siente vencedor, cien años después.
Y el rey Felipe ha ido a Cuba. Este país hace un siglo tenía una renta por habitante superior a la de muchos estados europeos. Dentro de otro quizá se aproxime. O sea que, sintiéndonos plenamente americanizados como debe ser, ¿no habría que darle otra vuelta a eso de las disculpas? Algunos presentan ya una hoja de servicios muchísimo peor que la de aquellos virreyes y capitanes generales que no tenían la modernidad como agravante de las, digámoslo en americano, pendejadas oficiales.
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