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En Fresno de la Carballeda (Zamora, 1864) nace Antonia Blanco Cid (como yo mismo, ABC), continuadora de una saga de comerciantes que dieron nombre a un establecimiento tradicional de Santander que aún guarda su lugar en plena calle Juan de Herrera, si bien ... en los últimos años no ha mostrado la albura de su nombre (el último Blanco, el de donde Pakar, fue otro Blanco...), pero que recién se asoma de nuevo con una marca diferente, aunque siguiendo la estirpe familiar y agradecido desde 1850.
Es un ejemplo tan solo de los numerosísimos comercios y comerciantes santanderinos que trabajaron sus negocios familiares históricos y que se encuentran en estos tiempos con una situación económica (desde hace un año largo sanitario-económica), que está estrangulando, en Santander y en muchas otras ciudades, el débil hálito de supervivencia de un tejido comercial tradicional que difícilmente encuentra acomodo en un mundo globalizado. Las grandes marcas de la moda y el comercio internacional copan los locales en las ubicaciones principales, modifican el régimen de precios de alquileres y propiedades y producen, en resonancia (que no coordinación) con los grandes centros comerciales de las periferias urbanas, una perturbación manifiesta en la tienda familiar, atendida muchísimas veces por el mismo propietario, que quiso mantener aquellas tradiciones en las que casi todo el mundo se conocía y donde la confianza y el trato personal marcaban a veces la diferencia.
Frente a eso, en la actualidad las marcas dominantes (globales en un mundo conectado) están presentes en las calles, los repartidores de último kilómetro también, y el resto (o gran parte del resto) son lonjas vacías con el cartel de 'Se Alquila' colgado o negocios con muy pocos visitantes diarios, configurando un panorama del comercio ciudadano realmente insólito tras lo vivido en años anteriores.
La flexibilidad en la ocupación de las plantas bajas se plantea como una de las opciones más claras para facilitar al máximo su ocupación y la posibilidad de un repunte en el vigor comercial de la ciudad, tanto como a través de la convicción cívica de que el comercio en la ciudad del cuarto de hora (andando) es una de las más claras apuestas por lo saludable, por lo próximo, por lo amable, por el vecindario más conocido y cercano, más allá de que otro tipo de compra siga existiendo, pero sin devaluar la cuota de mercado de cada implantación y de cada modelo.
Además del comercio y sus múltiples variantes, una flexibilización en los usos posibles en los espacios de las plantas bajas de los edificios (lonjas o no) permitirá, al menos, una disposición expectante y válida para asumir todos los destinos que la iniciativa privada o pública entienda como posibles a futuro en estos lugares cuya presencia urbana es definitiva para la vida de las calles y, por supuesto, para el balance económico y laboral de una sociedad que siempre ha tenido en el comercio a pie de acera una de las más claras vocaciones para las plantas bajas.
Usos asistenciales de proximidad en espacios de mediana superficie abiertos hacia la calle y con una significación de vida cívica bien marcada, oficinas transparentes, lugares de trabajo (compartido o no) de profesionales diversos, vivienda (cuando las condiciones de ventilación y habitabilidad lo permitan, las vigentes o unas nuevas más ajustadas a la forma de vida actual)... En fin, se tratará de que una posible demanda de uso no encuentre más trabas que la propia condición de la calle en la que se produce y la garantía de que la actividad a desarrollar no creará molestias en el vecindario por cualquier motivo de los que legalmente estén previstos.
Son muchas las tiendas que la ciudad echa de menos desde hace algunos años atrás: Ribalaygua, Laínz, Presmanes, Mafor, Mendiolea, SantaMaría, Nocito, Curtido del Puente, Dora... Hablo de las de mi niñez, unas frecuentadas y otras conocidas. Y esto sin mencionar a la hostelería.
La reconversión es difícil cuando la deriva mercantil, con la venta en línea y la distribución gratuita a domicilio, ha perturbado el panorama del comercio tradicional, pero el PG de Santander deberá lograr que no sea por una regulación inflexible que un negocio no pueda (re)abrirse, reinventarse o aliarse con un nuevo albor.
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