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No conozco a nadie que no se arrepienta de algo en su vida. Hay arrepentimientos por acción y también por omisión; no sólo lamentamos algo de lo que hemos hecho, también de lo que no fuimos capaces de hacer, sobre todo de aquello en lo ... que no nos atrevimos a dar el paso.
Nuestro humano cerebro no termina de madurar, tal y como confirma la actual neurociencia, hasta los 25 ó 30 años, que es cuando termina de desarrollarse la corteza prefrontal (la que nos distingue del resto de los simios). Esta parte del cerebro es la que controla, entre otras cosas, los comportamientos arriesgados y si no percibimos el riesgo seremos capaces de llevar a cabo todo tipo de acciones de las que luego en la vida adulta y madura nos podamos arrepentir. En estos años 'teenagers', como el riesgo está sesteando establecemos relaciones personales, sexuales y adictivas (esta es la época en la que surgen todas las adicciones, o al menos se construyen los cimientos para que puedan tener lugar) que, en muchos casos, dejan secuelas para el resto de nuestras vidas. En esos años no existe la temeridad, todo es posible, no hay consecuencias, el impulso es el que manda y la satisfacción inmediata por conseguir lo que se desea, es la manzana del árbol del paraíso, es la época del todo por la patria del goce momentáneo.
Eso de lo que siempre nos arrepentimos y que muchas veces viaja desde el pasado al presente inmediato para cargarnos de lamento, fueron decisiones mal tomadas, expectativas no cubiertas, cálculos y previsiones mal realizados en su momento y que tuvieron consecuencias no deseadas y mal previstas. Pero, quizá, el arrepentimiento que más carga de profundidad tiene es el de aquello que, a vista de hoy, hubiera sido muy bueno para nosotros y que no hicimos; el que omitimos. Además tiene mucha fuerza porque como nadie sabe, en realidad, cual hubiera sido el resultado de la acción no tomada, idealizamos esa inacción y pensamos que hubiera sido maravillosa en nuestras vidas y no nos damos cuenta que la vida es un caleidoscopio, es un puzle que siempre se está rehaciendo con cada decisión que tomamos y que el no hacer determinadas cosas significó que hicimos otras y que en toda esa maraña de infinitas posibilidades, lo uno y lo otro, han conformado lo que somos y como somos.
Lo más conveniente es no arrepentirse de nada, sobre todo de lo que hicimos sin pretender perjudicar a nadie o beneficiarnos a costa de nadie. Lo hecho, hecho está y forma parte de nuestra personalidad y las circunstancias en las que lo hicimos no tienen nada que ver con el mundo que hoy amuebla nuestra mente; somos 'definitiva mente' distintos.
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