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Hace años escribí sobre los siete pecados capitales eclesiásticos (la soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza) (todas en femenino ¡Dios mío! qué políticamente incorrectas). En próximos artículos quisiera tratar sobre ellos pero desde una nueva visión, la ... de las causas que los provocan, más que de sus consecuencias morales.
Según la RAE, pecar es actuar o pensar, según una determinada religión, contra la voluntad de Dios o contra los preceptos de esa religión y, en su segunda acepción, es cometer una falta o apartarse de lo que es recto y justo. Lo cierto es que hay pecados que lo son sólo para quien los comete, otros, envidia en ristre, afectan a los demás y algunos, avaricia en pleno, perjudican o pueden perjudicar a muchos desfavorecidos. En cualquier caso hasta el peor pecado lo es como consecuencia de unas circunstancias previas que han condicionado al pecador, alteraciones fisiológicas al margen, pero eso es harina de otro costal. Tengo la sana intención de abordarlos todos en próximas semanas.
Ahora quisiera poder hablar de los nuevos pecados capitales; trataré de esbozar los que creo que ahora mismo nos invaden: la exhibición social (el abuso de las redes sociales), la adicción a las nuevas tecnologías, el 'ninismo' (ni estudio ni trabajo), el 'subvencionismo' (vivir de las ayudas públicas), el aislacionismo, la comparación (el qué dirán) y los prejuicios. Creo que estos son los nuevos pecados capitales, regionales, nacionales e internacionales. Son pecados que surgen en estos nuevos tiempos sociotecnológicos que nos ha tocado vivir.
Quizá los pecados clásicos estaban y están mucho más vinculados a las necesidades materiales y los nuevos pecados son más relacionales. El pecado, por definición, es un exceso, a veces una excentricidad, que nace para compensar una carencia. Sucede que, mayoritariamente, esa carencia, o la desconocemos o no es tan evidente como el pecado que la sucede; sucesión que no es inmediata en el tiempo, sino que queda acumulada en el haber de la persona y sale a relucir cuando sus circunstancias presentes se lo permiten. Es decir, generalmente, no pecamos acto seguido a la carencia, sino cuando nos es permitido por nuevas circunstancias. El pecado nace siempre de una pena y muchas veces cuando se peca hay que penar de nuevo para purgar el pecado cometido; esto lo convierte en un sinsentido y en un no parar que, al entrar en bucle, tiene una difícil solución.
Como conclusión y recomendación, para mi y para todos, si pecamos, si nos excedemos, que sea sin consecuencias negativas para los demás y, además, hagámoslo sin contrición, de otro modo seguiremos sintiendo dolor y queriendo seguir pecando y sin saber por qué lo pretendemos, que es lo peor.
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