El apagón
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China no sale de la nada ni va a desaparecer, pero... ¿y si desapareciera?El Ministerio de Defensa austriaco ha dado ya, oficialmente, la voz de alarma sobre la posibilidad real e inminente de un corte eléctrico masivo y generalizado que paralizaría Europa en un oscuro 'impasse'. La noticia ha cogido desprevenidos a muchos y parece sacada del ... guión de una serie distópica. Más allá de la probabilidad de que suceda el 'blackout' de marras, de su alcance y duración, este tipo de augurios nos obligan a repensar cómo vivimos y de qué finos (o gruesos) hilos depende nuestro estilo de vida. A menudo, las grandes estadísticas y los fenómenos geopolíticos sólo se entienden cuando, de golpe, vemos cómo impactan en nuestra microvida.
He visualizado muchas veces aquel inmenso barco que encalló en mitad del canal de Suez paralizando durante semanas el tránsito marítimo. El 'Ever Given' -así se llamaba- transportaba 20.000 contenedores cargados de productos chinos por valor de mil millones de dólares. En uno de esos 20.000 contenedores viajaba una legión de gnomos de jardín. Pienso en estas cosas, ahora que Halloween acaba de dejar tras de sí el habitual rastro de telarañas de plástico, disfraces de licra, murciélagos de papel, máscaras de látex y calabazas de corchopan. Por su parte, la gran fiesta del comercio electrónico (el 11.11, o Día de Los Solteros) ha vuelto a batir récords de consumo y, en apenas unas semanas, harán lo propio el Black Friday y el Ciber Monday. Pero ¿qué tienen en común Halloween, el día de San Patricio, el Black Friday, Hannukah, San Valentín, el Ramadán, el día de la Madre y las Navidades? La respuesta es una palabra de cinco letras.
Imaginemos que una mañana despertamos y, zas, el 'made-in-China' ya no está. Podemos imaginar todo tipo de escenarios causales pero no importa tanto el cómo ni el por qué en este ejercicio; lo interesante de esta hipótesis es cómo seguiríamos viviendo sin China en la ecuación. La periodista estadounidense Sarah Bongiorni experimentó, en 2005, junto a su marido y sus dos hijos, con vivir durante todo año sin adquirir nuevos productos chinos (entre las reglas que pactó con su familia estaba el no deshacerse de todo aquello fabricado en China de cuanto ya disponían). Como explica en su libro 'Un año sin made-in-China', la experiencia fue agotadora, incómoda, cara y dependió fundamentalmente de mantener funcionando todo aquello -fabricado en China- que ya tenían, intentando arreglar -casi siempre infructuosamente- cuantos artículos iban estropeándose. En muchos aspectos, la familia vivió durante un año con soluciones parecidas a las que uno emplea cuando se va de acampada. Transcurridos 17 años, la cantidad de productos chinos que empleamos a diario no sólo no ha disminuido sino que ha aumentado. Lo que es más: no sólo muchísimas cosas se producen en China sino que muchas de ellas solamente se fabrican allí. Vivir sin 'made-in-China' como venimos viviendo desde hace 30 años es impensable. Incluso quien decidiese no emplear productos que están directamente fabricados o ensamblados en China, la inmensa mayoría de los que no lo están, incorporan también componentes chinos.
Consumir, comprar, adquirir productos y servicios es una actividad a la que dedicamos mucho tiempo y una gran parte de nuestros recursos. Vivir de manera consciente exige, también, de un consumo coherente. No se trata de no comprar esto o aquello, sino de comprarlo a sabiendas de lo que eso supone. Una buena amiga lleva años renunciando a la compra de productos que incluyen aceite de palma en su formulación, que emplean a animales en sus pruebas de laboratorio y apostando, en cambio, por la reutilización y los productos de la economía circular. Admiro de veras su elección, pues los productos de consumo que se nos ofrecen de manera más inmediata no son, a menudo, los más sostenibles. Vivir de manera consciente no siempre es ni fácil ni barato.
Para 120 de los 197 países que hay en el mundo, el principal socio comercial es China. En el caso de España nuestra balanza comercial padece de un déficit crónico con el gigante asiático. Por cada 10 compraventas entre ambos países, 2 son importaciones de productos españoles en China. Las otras 8 son exportaciones de China a nuestro país, entre las que destacan las partidas de confección femenina, equipos de telecomunicaciones e informáticos, química orgánica y calzado. No traigo todo esto a colación para criticar el consumo de productos chinos, claro está, sino para poner de relieve la importancia, en nuestra vida, de cuanto sucede en ese país de 1.400 millones de personas, al otro lado del mundo. Cuando lo hago, pienso en decenas de miles de jardines en los que ya están, emboscados, los gnomos chinos que acarreaba el 'Ever Given' y que nos observan, silenciosos, desde la espesura cotidiana.
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