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José Antonio Marina en 'Anatomía del miedo' (Barcelona 2010) distingue miedos normales y patológicos e investiga por qué algunos tienen más miedo que otros. Habla de miedos domésticos, políticos y religiosos. Por fin revisa las terapias más eficaces para vencerlos.
Hoy día vivimos obsesionados por ... el miedo. Lo sostiene Frank Furedi, sociólogo inglés, en 'Cómo funciona el miedo'. Indudablemente el miedo acompaña al ser humano desde que nace provocado por la incertidumbre sobre el futuro. Hoy vivimos bajo la tiranía del miedo por dos peculiares razones: porque no se encuentra sentido a su vida y porque hay gente empeñada en 'fabricar' miedo.
Sintiéndonos náufragos impotentes, buscamos obsesivamente la seguridad. Y cosechamos más miedo todavía. Actos banales como beber agua del grifo o comer una hamburguesa se relacionan con el cáncer. Antes los rituales, la religión, la filosofía -concluye Furedi- daban seguridad ante el futuro; ahora se le teme porque es un territorio desconocido.
Los promotores del miedo trabajan sin cesar. Suelen servirse de los eficaces medios modernos para difundirlo. Padecemos una explosión de miedos no espontáneos. Cuando, al comenzar la pandemia, aceptamos sin rechistar un confinamiento indiscriminado, los gobernantes dedujeron que podían saltarse incluso las Constituciones de sus propias naciones. Creando, previamente claro, el clima de miedo adecuado.
Vivimos, pues, de emergencia en emergencia. Del covid pasamos a la guerra, de ésta a la subida de los precios energéticos y ahora al desabastecimiento. Los medios nos suministran el miedo de cada día. Todos son, como se ve, miedos inducidos. El miedo soluciona provisionalmente la incertidumbre y, por esa razón, lo acogen tanto las colectividades como los individuos.
Ahora bien, en la cultura del miedo se justifica todo, porque contribuye a protegernos de nuestros temores. Se nos manipula, se juega con nosotros, se compra la seguridad renunciando a la libertad. Crecen la ansiedad, la impotencia y se busca la seguridad a toda costa. Decía Benjamín Franklin que quienes renuncian a su libertad para comprar un poco de seguridad no merecen ni la libertad ni la seguridad.
Prometieron librarnos del miedo dejando de creer en Dios. Furedi constata: «No ha sido así, al contrario, el miedo ha adquirido la forma de una ansiedad generalizada y un terror desnudo... Aparece un miedo descontrolado, amenazador, impredecible, el miedo se vive como una fuerza enteramente negativa y destructiva, imposible de controlar». El sociólogo inglés no se queda en el diagnóstico, ofrece curación a los heridos: «En el mundo moderno, el principal antídoto contra el miedo es el conocimiento y su capacidad para aportar sentido y gestionar la incertidumbre. La confianza en la autoridad del conocimiento y la ciencia ha servido, a lo largo de la historia, para disminuir las actitudes fatalistas respecto al futuro. El conocimiento también ayuda a las personas a relacionarse con el futuro, al convertir la incertidumbre en una serie de resultados posibles, resultados que cabe calibrar en tanto riesgos calculables».
Nosotros añadimos: sólo una sociedad con sentido trascendente de la vida, que cree que Dios se cuida de nosotros y nos guía hasta nuestro verdadero hogar, podrá sacudirse esa «cultura del miedo» que tan buenas rentas proporciona a poderosos sin escrúpulos. El futuro no solo aporta pérdidas, también oportunidades. El riesgo es un precio que hemos de pagar para intentar que nuestra vida sea buena, valiente, y generosa. Necesitamos sacudirnos este pegajoso miedo y recuperar la valentía. Escribía S. Juan Clímaco: «El miedo nace de la falta de fe, de confianza en Dios. El alma orgullosa cae en la esclavitud del miedo. Dado que se fía sólo de sí misma, experimenta miedo hasta cuando se mueve una hoja o una sombra. A veces, los temerosos pierden el sentido, están fuera de sí. Y es normal: Dios abandona a los orgullosos para que los demás, viéndolos, aprendan a no ser orgullosos».
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