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Las arenas de las playas santanderinas se mueven. Con las mareas de septiembre se han puesto en marcha y cambian de lugar, lentas, pero sin pausa. No tienen prisa, ni miedo a una eternidad que controlan con su reloj de granos infinitos. Tampoco temen ... a espigones ni barreras. Nuestras fronteras artificiales no les amedrentan, porque si ya es difícil ponerle puertas al campo, hacerlo con la mar es imposible. Desde su libertad, las arenas solo acatan los balanceos de los océanos, que las mecen con cariño o arrebato, dependiendo de la pausa o la furia del momento. Cada marea tiene su afán.

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