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Cada día es más frecuente encontrarnos con la noticia de asesinatos en masa en algún colegio norteamericano; un ex alumno de alguna escuela que se ha sentido marginado, maltratado, despreciado, acosado... en alguna ocasión, se acerca a las armas como tabla de salvación, se ... pertrecha concienzudamente. Se entrena si es preciso el tiempo que fuera necesario, incluso se prepara para grabar todo el recorrido de su macabro hecho; se acerca al centro escolar en el que cursó estudios o los cursa, que por lo tanto conoce perfectamente, se dirige al lugar desde donde puede hace más daño y descarga sus armas desde un estado de éxtasis glorioso. Lo ha conseguido.
No ha tenido dificultades para lograrlo. Las armas a partir de los 18 años están al alcance de cualquier ciudadano, incluso antes, porque desde la concepción de una defensa frente a estos hechos, en los colegios aprovechan cualquier fiesta o evento para sortear armas de todo tipo y el afortunado puede ser cualquier niño o niña de corta edad. Es el juguete más peligroso como premio, un arma automática que dispara en segundos cientos de cartuchos y que pueden asesinar a toda una clase.
Parece que se trata de una concepción de las armas heredada de la época del Oeste, donde todos los ciudadanos iban con uno o más revólveres colgados del cinturón, presumiendo de cuál era el más ligero, el que tenía mejor puntería, el que más lejos lanzaba sus balas... y sus dueños se enfrentaban estúpidamente para demostrar públicamente quien era más ágil y diestro en su utilización. Ello le proporcionaba un gran reconocimiento social, al ser el más matón, al ser capaz de matar más y más rápido en menos tiempo. Esta cultura tuvo su apoyo en tiempos de la esclavitud, donde la vida del esclavo carecía de valor, contagiándose en sólo dos países en el mundo, aunque en uno de ellos el control es mayor.
La discusión que tiene planteada la sociedad norteamericana es antigua y está radicalmente dividida. Los demócratas desean normalizar de forma civilizada su uso mediante el estableciendo de unas normas, mientras los republicanos cada día se sienten más obligados a disponer de más y mejores armas, para defenderse en sus domicilios, fuera de ellos, y de forma especial para poder evitar estas masacres en las escuelas. Para ello se ha propuesto armar a los profesores, contratar unos vigilantes armados, incluso que los niños porten su arma para poderse defender, aunque al final parece que se pueden inclinar por establecer un perímetro de protección en forma de valla que salvaguarde el edificio en su totalidad. Algo muy parecido a una cárcel.
Visto desde nuestro horizonte, impresiona de incomprensible que un niño de corta edad acompañe a su padre al campo de tiro donde pueda tomar el arma automática que pesa tanto como él y pueda apretar un gatillo que permita que el arma vomite balas por ciento en segundos. Es decir, desde niños se les instruye en la utilización del juguete más peligroso para ellos y para la totalidad de la sociedad, para que cuando alcancen los 18 años puedan, sin más necesidad quemostrar un carné y un empadronamiento que puede ser ficticio, salir con un arsenal que no tiene nada que envidiar al que disponen los soldados en la guerra.
Es penoso pero es cierto: la producción de armas, su industria, es una de las más poderosas y los amigos del rifle lo forma un colectivo que pertenece a una sociedad acomodada que se beneficia de los dividendos de esta industria. Por ello se hace difícil, por no decir imposible, no sólo la limitación de venta y consumo, o de construcción, sino establecer unas mínimas normas para su uso.
El camino pedregoso de la vida, de nuestro itinerario vital, cuenta cada día con más dificultades, a pesar de la claridad de los hechos, a pesar de su violencia extrema destructiva, a pesar de la enorme desgracia que provocan. Persiste la codicia, el amor ciego al poder, la soberbia y prepotencia como amor a uno mismo, los resentimientos y las envidias, los deseos de ser más, de conseguir más, de dominar... Nuestra carrera es hacia la destrucción mediante las múltiples contaminaciones de nuestra convivencia, no somos capaces de conectar inteligencia y prudencia para simplemente hablar un mismo idioma, para conseguir unos criterios comunes que tengan proyección futura. La comunicación, a la vez que se enriquece gracias a la tecnología, es cada día más oscura, tibia, compleja, e incluso conscientemente absurda.
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