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Hay que hacer más caso a Vigalondo: a las siete y treinta y cinco de la mañana es casi imposible que nada bueno ocurra. Si, además, te ha tocado coger la A-67, más vale que te vayas mentalizando: madrugues o vayas tarde, te pillará ... el atasco. Será en Gornazo, en Boo o en Mompía, pero no sueñes con que vas a librarte: es más listo y más rápido que tú, siempre. Un accidente, una tromba de agua, un coche averiado, el pánico a los radares o la simple acumulación de vehículos que quieren incorporarse por unos carriles de aceleración demasiado cortos... cualquier excusa sirve para que, cada mañana, quememos alegremente un montón de gasolina al ralentí, mientras se consume también nuestra paciencia.
Claro que a todo se acostumbra uno, y así, cuando por la radio dice Fermín que «en la autovía Santander-Torrelavega se circula con total normalidad», y resulta que llevas ya quince minutos parado, te empiezas a plantear si no será eso la normalidad, el atasco, y conducir a cien por hora una rara excepción. Claro que el periodista sólo transmite la información que le dan desde Tráfico, donde mucho no debe de preocuparles lo que ocurre.
Si no, costaría mucho entender por qué hay que repintar las líneas de la carretera en hora punta, por qué el mantenimiento y la jardinería se hacen en los momentos de más tráfico o por qué a los transportes especiales, esos con una plataforma tan ancha que colapsa dos carriles, tienen que circular por allí justo cuando todo el mundo va al trabajo. Si luego, además, consigues adelantarlo en la zona de tres carriles y descubres que va de vacío, te llevan los demonios. ¿Quién es el que decide que todo lo que se podría hacer de madrugada haya que hacerlo cuando más molesta?
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