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Cuando hablamos de comunicación social nos podemos remontar en el tiempo a la importancia del grito, de las voces, de las hogueras ricas en luz y humo, de los tambores y las campanas… Activados desde altas colinas, su eco conectaba con las poblaciones próximas, siempre ... que el enemigo fuera visualizado, desde atalayas bien instaladas. Era la forma que nuestros asentamientos antiguos tenían para poder informarse de la presencia de algún peligro y, en consecuencia, de defenderse o poder sobrevivir; nuestros pasos de, esta forma, caminaban por senderos seguros.
La diligencia primero –y durante muchos años–, y la imprenta después, cambiaron radicalmente la audiencia de las noticias. En papel, y a pesar de la existencia de un porcentaje muy alto de analfabetos, se podían leer y releer las diversas noticias, nacidas a nuestro lado o lejanas. Lentamente se fue sumando el teléfono y el ferrocarril, que cambiaron radicalmente la convivencia social al permitir un mayor acercamiento de los individuos y mercancías. A ellos se unieron la radio y televisión, lo que permitió la 'observación' de una noticia en el instante que se produce en cualquier parte del mundo. Este ha sido el gran avance en términos de comunicación, el más revolucionario junto con el de la imprenta en su momento.
Alfabetizada una buena parte de la población, el descubrimiento de los grandes avances tecnológicos, que en el siglo pasado hicieron acto de presencia (además de los móviles, las distintas redes sociales), conjuntamente enriquecieron y facilitaron nuestros contactos, nos acercaron incluso físicamente. De ese modo, pudimos vivir conectados de forma constante, enriqueciéndonos y nutriéndonos consiguientemente de nuestras mutuas inquietudes, deseos y necesidades.
Todo ello forma parte del ciudadano, como algo íntimo, por su utilidad y riqueza, de tal forma que consumimos sin darnos cuenta nuestro tiempo ante el deseo de una permanente información. De todo ello la globalización ha sabido extraer su jugo, poblando toda comunicación de mensajes de publicidad, además de poder vehicular noticias que pueden responder a caprichos, o intereses, y que pueden ser falsas, o deformar cualquier realidad.
Tanta información ha conseguido: una enorme disminución del pensamiento crítico de los ciudadanos (nos lo dan todo hecho, confeccionado); un empobrecimiento de su vocabulario, al ser sus textos simples y empobrecedores; una disminución del nivel de compresión, al darnos digerida la información y no tener que pensar ni reflexionar; así como una necesidad de consumir noticias salvajes, porque entretienen y nos dan lo que lo que nuestra curiosidad espera, noticias de todo tipo, y de todos los lugares.
Por otra parte, toda acción está generada por las expectativas, los deseos y las necesidades, son los motores de nuestros comportamientos. En la antigüedad se llamaron apetitos, hoy los denominamos motivaciones. Así como en los animales la satisfacción de un deseo les deja satisfechos, en las personas la satisfacción de cualquier deseo siempre engendra otro nuevo deseo, porque queremos siempre más, por lo que persistimos en la saciedad del nuevo deseo, representando esta carrera «el itinerario del posible logro de la felicidad, que jamás alcanzaremos, y que en el fondo nos exige una inquietud que jamás duerme».
Pensamos siguiendo a Kant, que el Renacimiento había conseguido la maduración del individuo, al haberse liberado de las ataduras de la represión, pero su carrera hacia la felicidad desde las cortapisas de una comunicación embarrada, deformada, e incluso sembrada de mentiras, cuya velocidad en las redes supera a la que soporta las verdades, según los estudios de Kayla Iordan, ha provocado una infantilización del individuo, disminuyendo además de su capacidad crítica, su vocabulario, y su comprensión verbal, junto con el incremento de su inquietud.
Hemos pasado de una cultura de la aceptación, obediencia y resignación, a la presidida por la queja, el malestar y la rebeldía, cuya esencia es la exigencia de nuestros derechos como ciudadanos. Pero ocurre que la satisfacción de estos derechos puede representar otra fuente de malestar, porque la apreciación o análisis de lo conseguido no es objetivo, es diferencial con respecto a lo conseguido por otros; de aquí que los conceptos de justicia y equidad, con respecto al bienestar social, tengan un sentido especial, neutralizando primero inquietudes y después expectativas.
Las democracias crédulas atienden no a las razones, sino a los sentimientos como bálsamo social, sabiendo que la fortaleza de la identidad es fruto de la existencia de un enemigo, (teoría de Carl Schmitt). Esto indica el abono de nuestra política, con la permanente presencia de 'avisperos', con el fin de alimentar identidades.
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