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Pasaba hace unos días delante de uno de nuestros bares de toda la vida, cantinas y tascas de pueblo, uno de los casi extintos bares-tienda, y junto a la puerta se alineaban en el poyo de roble, a media tarde, un buen número ... de hombres de provecta edad. No era tiempo ni momento de charla ni de tertulia. Era la hora de la partida. De echar la tarde a las cartas. Pero el omnipresente tema también se ha llevado por delante una de nuestras más arraigadas señas de identidad y sociabilidad, la partida. Cada vez podemos hacer menos cosas, por tanto, o bien le echamos imaginación o nuestras opciones cada vez son más sota, caballo y rey. La anécdota es tan baladí como simbólica, pero tiene su enjundia. Porque en la tierra de Heraclio Fournier, como en los naipes, en muchas ocasiones son más los que miran que los que juegan. Y en esta ocasión hay que meter baza si queremos solventar la papeleta.
No hace falta ser un as para darse cuenta de que pintan bastos para nuestro país. ¿Y todavía nos sorprende y nos preguntamos qué hemos hecho nosotros para merecer esto? Tan sólo con leer o ver cualquier medio de comunicación nos haremos una idea de ello de manera meridianamente clara. El espectáculo de mediocridad es tan triste como vergonzante, más allá de ideologías o 'hooliganismos'. Evidentemente no hay nunca una sola razón para la ya epidemia hispana, pero todo suma. En este caso resta.
No estamos para hacernos los sotas, sino para poner las cartas sobre la mesa. Pero nuestros próceres siempre se creen tan avispados que tienen un as bajo la manga, juegan con engaños y con dos barajas. Siendo el vulgo, la plebe los paganos de sus juegos de manos. Y mientras muchas familias están literalmente en las diez de últimas, ellos tienen carta blanca para decir cualquier cosa sin sonrojo, sabedores de que no habrá consecuencias. Todo vale y se olvida con la siguiente humareda. ¿Cuánto de satisfactorio tiene desear el mal ajeno y esperar fervorosamente a que por otros lares, vecinos o lejanos, la pandemia empeore para justificar nuestra ya escandalosa numerología? Curiosamente la baraja une generaciones, y aunque todo lo heredado nos suele parecer caduco, siempre hay excepciones. Tan fácil es ver a las vecinas de patio enfrascadas con el tute y la brisca, como a los universitarios en la cafetería echando órdagos. De unos y otros vamos a necesitar, porque el asunto tiene mala pinta y una vez más los españolitos tendremos que ser los que pongamos las cartas boca arriba y le cantemos las cuarenta a esta variopinta caterva que nos mal gobierna con el, «y tu más», como lema más elaborado. Eso sí, no nos hagamos trampas al solitario, porque también nosotros tenemos algo que decir.
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