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Después de unas semanas alejado de estas líneas, fundamentalmente por empacho de trabajo, retomo la actividad de contarles la experiencia de un madrileño que acaba de venirse a vivir a Cantabria. Y hablando de empachos ¿alguno de ustedes es seguidor de la serie animada de ... los Simpsons? Si lo es, seguro que recordará un episodio en el que su protagonista, Homer, acude a un restaurante especializado en carne y todas las que vienen en la carta le resultan pequeñas a pesar de llegar a los dos kilos. El camarero que le atiende le ofrece entonces una pieza especial que solo se sirve por encargo, cuyo nombre es «don solomillón» y le alerta de que tiene el tamaño de un flotador. Homer entusiasmado solicita que le pongan uno y tras unos instantes pensando qué es lo que tomará de bebida para acompañarlo, cierra la carta y espeta: «y de beber…¡albóndigas!».
A veces busco la secuencia en internet y la veo dos o tres veces seguidas porque los segundos previos tampoco tienen desperdicio y te partes de risa. Se estarán preguntando, ¿por qué nos cuenta esto? pues porque desde que vivo en la Tierruca me doy cuenta que la divertida escena de Homer Simpson bien podría ser lo que ocurre en muchos de los restaurantes del territorio. Eso sí, al revés, siendo el camarero el que directamente te ofrece las albóndigas para beber.
Y es que es verdad que algunos cántabros no tienen medida. Ojo, lo digo con orgullo, desde la admiración y por supuesto con todo el cariño del mundo, porque en el fondo a todos nos encanta que nos sirvan grandes cantidades y nos traten así de bien. Los cántabros, igual que son capaces de meterse en el cantábrico con 2 grados a darse un bañito en pleno enero, cuando vas a comer a uno de sus restaurantes te ponen cantidades talla XL, 2XL, 3XL…o incluso directamente tamaño ternero.
El caso más simpático y siempre sorprendente es cuando te pides un cocido montañés, uno de mis platos favoritos. Te sueltan un perolo en el que bien podrían comer dos o tres personas y lo peor, o lo mejor según se mire, es que te lo plantan de primer plato… ¡y luego tienes que pedirte un segundo! Por supuesto no te olvides del postre, que ese día, para que todo quede más ligero, te lo finiquitan con un buen pastel de sobao. Por si te habías quedado carpanta. Con mucha pena, en mi caso a veces tengo que cambiar ese postre por doble de manzanilla con poleo, seguido de un almax y un aerored, para no pasar una «nochecita toledana». Que digo yo que ya podían cambiarle el nombre a la expresión por el de una «nochecita cántabra».
Con todo, lo que está claro es que aquí no se pasa hambre. De hecho yo ya he cogido un par de kilos desde que me mudé…
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