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Hay un dicho popularizado entre los políticos americanos, «cuando tu enemigo se da un tiro en el pie no le quites la pistola», los castizos dicen «déjale que se ahorque con su propia cuerda», que viene a ser lo mismo. Esa parece ser la imagen ... dominante en la opinión pública respecto a la estrategia electoral de Joe Biden. Pero una propuesta negativa por sí sola difícilmente basta para ganar las elecciones, se requiere una propuesta alternativa que cimente la confianza en el candidato aun en el caso del muy conocido aspirante demócrata a la Casa Blanca. Y Joe Biden lo sabe.
Así pues, Biden está trabajando seriamente en las respuestas apropiadas a los grandes retos que hoy se le presentan al pueblo americano: la economía, la asistencia sanitaria, la inmigración, la justicia penal, el cambio climático, la educación; áreas todas ellas que han expuesto descaradamente sus vergüenzas durante la legislatura de Trump, si bien los males vienen de bastante más atrás. Es decir, que lejos de ser un presidente accidental Biden pretende ejercer una presidencia trascendental, que lleve a cabo el cambio de paradigma que el país viene pidiendo a gritos desde que empezó El siglo XXI. Lo intentó y fracasó Bush II, aunque por muy distintas razones también fracasó Obama, Trump ha intentado darle la vuelta a la tortilla pero afortunadamente le ha salido por la culata (de ahí lo del tiro en el pie). Hay, pues, razones serias para el escepticismo; pero conociendo a Biden no se puede dudar de la rectitud de sus intenciones, la mitad del electorado reconoce que Biden es fundamentalmente honesto mientras un 62% considera que Trump es deshonesto. Lo más probable es que los americanos le den la oportunidad.
El equipo de Biden ha creado seis grupos de trabajo para cada una de las áreas señaladas más arriba, cada grupo compuesto de ocho reconocidos expertos políticos en la materia, provenientes de la izquierda el centro y la derecha. El plan es: a) que estos grupos hagan públicos específicos posicionamientos políticos para afrontar los necesarios cambios estructurales en cada área; b) redactar la plataforma política que será adoptada por Biden; c) formular un plan de transición entre la situación actual y la propuesta. ¿Dónde reside la originalidad del plan? pues en retomar seriamente lo que se supone debe ser el proceso habitual en las elecciones democráticas. En este sentido podemos afirmar que Jimmy Carter (1977-1981) fue el último presidente clásico, antes de que el marketing político se adueñara por completo del escenario sin que haya sido posible ver unas elecciones comme il faut desde entonces. Un paréntesis de 40 años hace que el plan de Biden aparezca como una refrescante novedad. Biden, como un servidor, tenía 37 años cuando ganó Carter. Las elecciones que le dieron la victoria a Carter coincidieron con mi primera estancia en Estados Unidos. Ambos podemos recordar los viejos tiempos.
Dada la situación actual, con unos niveles de desempleo que no se habían visto desde la depresión de 1929, con una economía que ha hundido una importante porción de la clase media en lo que hoy se llama «el precariado» (antes, proletariado), no es de extrañar que Biden se vea a sí mismo desempeñando el papel que entonces representó Franklin. Quien, pese a la edad y la enfermedad, se levantó como un gigante e introdujo cambios como la creación de la Seguridad Social, que han transformado el curso de la historia no sólo en Estados Unidos sino en el resto del mundo. Por no hablar del problema de un racismo no resuelto, que se ha hecho fuerte en los cuerpos policiales militarizados. Amén de los problemas comunes a todos los países desarrollados: regeneración del tejido Industrial desmantelado durante la globalización; infraestructuras, en estado calamitoso en EEUU por falta de inversiones en los últimos 40 años; cambio climático, dejado de la mano de Dios-Trump; salud pública, en el país que invierte por habitante el doble que el promedio de países desarrollados y, sin embargo, ha reventado todas sus costuras durante la pandemia. Pero no se trata de soñar despierto. Para que Biden pueda simplemente intentarlo, los Demócratas tendrían que ganar no sólo la presidencia sino el Senado (la Cámara de Representantes ya es suya). De otro modo los senadores Republicanos podrían torpedear sistemáticamente todos sus esfuerzos. En tiempos de Obama demostraron sobradamente que saben hacerlo. Por otra parte, Biden tiene una muy agresiva agenda anticorrupción que, como todos sabemos, hoy es un mal extendido por todas las latitudes. De nuevo, un político chapado a la antigua está en una excelente posición para agarrar este toro por los cuernos. Y no quiero despedirme sin mencionar una imprescindible reforma del Senado y del obsoleto sistema electoral ¡Por pedir que no quede!
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