Secciones
Servicios
Destacamos
Una circunstancia personal me mantenía esa mañana en casa. Era un momento de descanso, de alejamiento de mi cotidianidad de trabajo. De forma automática me dirigí a la televisión pensando que podrían trasmitir algo que me gustara o que hiciera referencia a nuestro país. Era ... el instante de realizar un salto, corre una joven como un cohete (Simone Biles) y salta haciendo una rotación o dos, cae y no clava esta caída, pisa en el límite de la lona. Las locutoras profesionales de esta prueba no daban crédito. Era la mejor, esperaban de ella lo mejor, incluso lo único, algo más que especial, era candidata a medalla de oro en varias pruebas. Confusas, sin encontrar explicación, buscaban cada una en la otra argumentos para definir lo que habían visto, y no encontraban ninguno. Un mal día se dijeron al final.
La prensa en el día posterior recogía que la atleta se había retirado de los Juegos Olímpicos. Su estado mental se lo exigía, llevaba tiempo con cierto malestar, inquieta, nerviosa, con falta de seguridad, quería dormir porque eso le acercaba a la muerte, sin que esta fuera realidad, no era feliz, no se identificaba con lo que hacía, se sentía dispersa, carecía de concentración y, lo más importante, de esperanza, había perdido la alegría por ganar, vivía como arrastrada por la inercia de la vida.
La verdad es que, algo que habla de nuestra fragilidad y que por tanto es normal, sorprendió. Nadie en principio lo pensaba, ni nadie en los primeros momentos lo creía: una joven número uno, que tiene ocasión de revalidar su competencia sumando más medallas de oro que nadie, era un argumento que obstaculizaba nuestras reflexiones; pero era cierto y, además, era y es normal en una sociedad, o mejor dicho en una actividad tan competitiva como la suya.
Vemos a un niño o niña de tres años y la presentación siempre es un homenaje a sus cualidades, hermosura, capacidades o sabiduría con las expresiones de «es la más guapa, es lo más inteligente, tú sabes las habilidades que tiene, parece mentira con su edad y las cosas que hace». Y no digamos cuando va cumpliendo años, diez o doce: «La niña baila como los ángeles, toca el piano tan bien que el profesor está sorprendido; y el niño juega a tenis, hockey y fútbol con maneras que hacen pensar que va a conseguir ser un gran profesional».
La presión sube su tono y los padres que asisten a un concierto de la niña o a un partido de tenis del niño previamente manifiestan su deseo de que haga lo que sabe, porque sabe más que nadie. Que sea él porque es el mejor, que lo puede conseguir, que puede llegar donde quiera. Eso lo han dicho los profesores, apostillan. Y los niños y niñas sienten palpitar su corazón, temblar sus dedos o sus piernas, sudan cuando realmente hace frío y se les seca la boca, pero los padres, generalmente, junto con los abuelitos maravillosos y algún familiar cercano o amigo, persisten: «Eres el mejor, alguien inigualable».
Es, como vemos, una enorme mochila que lentamente puede llegar a asfixiar. La vamos cargando sin darnos cuenta de que el hijo tiene como nosotros sus límites y lo justificamos diciendo «es que queremos lo mejor para él», sin preguntar jamás si él lo cree así, sin permitir un diálogo fresco y tranquilo, en ausencia de expectativas que permitan su verbalización, que facilite la expresión libre de sus sentimientos.
A esto se une el que en el deporte lo que prima es lo físico. De ahí que nosotros estemos pendientes casi exclusivamente de lo físico, de tal forma que, ante cualquier molestia, nos dirijamos al profesional, que por supuesto, por deformación profesional, ve aquello que le preguntan. Ahí se centra su atención, no en si es o no feliz, si vive o no con alegría y esperanza, o si contagia desde su paz placer.
Dentro de esta línea de comportamiento social recuerdo la visita a mi consulta de un opositor a notario. El abuelo y el padre lo eran y además uno de ellos con el número uno. Era un joven generoso y amable, un hijo ejemplar al que habían cargado con la responsabilidad de la importancia de la saga. El apellido era lo más importante y él deseaba satisfacer esa expectativa. Era trabajador e inteligente y se sabía organizar, pero la siembra que su familia al completo había hecho no le hacía feliz. Al final tuvo que abandonar, no sin la presencia del drama correspondiente.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.