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El dios de la guerra. Mi admirado Martín Wolf (Financial Times) ha hecho un admirable trabajo comparativo entre los dos bloques enfrentados en la Segunda Guerra Fría (II GF). Wolf todavía la considera potencial, yo pienso que fue declarada de hecho por Trump y abrazada ... sin vacilaciones por Biden; pero voy a hacer uso de un par de sus números para ilustrar mis propias conclusiones.
Mi primera conclusión es que China no está interesada en la II GF. Para entenderlo hay que analizar este par de datos: la suma del PIB de Estados Unidos y sus potenciales aliados (el antiguo 'mundo libre') está alrededor de 52 billones de dólares, lo que representa 1,67 veces más que la suma del PIB de China y Rusia, aproximadamente 31 billones. Si ahora miramos el gasto militar de ambos bloques, encontramos que la OTAN gasta aproximadamente 2.1 billones de dólares anuales versus 0,3 billones del bloque chino-ruso, es decir, 3,3 veces más. Parece, pues, claro que en esta confrontación el bloque de China y Rusia están en inferioridad de condiciones.
Mi segunda conclusión es que la potencia interesada en una nueva guerra fría es Estados Unidos. No solo cuenta con una manifiesta superioridad de recursos para sostenerla sino que, como en la I GF, se volvería a erigir en el líder del 'mundo libre'. Y, de obtener la victoria en la II GF, volvería como en la primera a adquirir el estatus de potencia hegemónica en todo el mundo; en cuyo caso, podría restablecer el orden unipolar que tuvimos entre 1992 y 2008. Digo 'podría' porque la brevedad de ese período y las consecuencias de las crisis que se presentaron a continuación hacen posible que se lo piense dos veces. Dicho lo cual, la flaqueza de la memoria histórica y la potencia de la prepotencia, nunca dejan de sorprendernos.
Mi tercera conclusión es que, por dichas razones, China prefiere un orden mundial multipolar. Un orden donde la suma de dos grandes potencias supere a la primera, proporcionando el deseado equilibrio. Aplicando esta tesis a la realidad actual, el objetivo chino-ruso sería dividir a europeos y americanos, en cuyo momento el PIB estadounidense, por sí solo, estaría por debajo del de China y Rusia. No así su gasto militar; pero esta parte queda compensada por el número de soldados: China y Rusia tienen siete millones, EE UU y Canadá dos millones; Europa tiene cuatro millones pero repartidos entre más de 30 países. La duda está en si la actual posición de China cambiaría el día en que presienta que ha llegado el momento de convertirse en la potencia hegemónica. Tentación que sería tan grande en el caso de China como lo es ahora en el de Estados Unidos.
Todo lo expuesto nos lleva directamente al papel que la Unión Europea debe jugar en el equilibrio internacional. La primera prioridad europea sería desarrollar sus propias defensas y, a continuación, reforzar la Alianza Atlántica. Por este orden, porque de otro modo siempre dependerá en última instancia de las decisiones que tome Estados Unidos en función de sus propios intereses. Caben pocas dudas sobre que EE UU y la UE deben actuar de común acuerdo en lo tocante a defender la democracia liberal frente al autoritarismo. No digamos ya frente a la autocracia. Ahora bien, la democracia funciona mejor dentro de un orden mundial multipolar, donde predomine el equilibrio de poderes, que en un orden bipolar (dos bloques), y peor aún si es unipolar. Europa, pues, debería jugar sus cartas de modo que la división en dos bloques -II Guerra Fría- no dé paso a un orden unipolar sino multipolar. Sí llevo razón en que EEUU busca la división en dos bloques para asegurar su hegemonía mundial y China favorece un orden multipolar, Europa se encontraría ante dos objetivos contradictorios.
Mi penúltima conclusión es que sería fantástico que China cayera en cuenta del error de cálculo cada vez más evidente cometido por Putin, precisamente por haberse agarrado a la ventana de oportunidad, despertado con ello al león dormido de las sociedades liberales. Si alguna ventaja tiene la democracia sobre el autoritarismo es que una vez movilizadas las gentes, estas apoyan a sus gobiernos; lo cual les permite actuar con firmeza sin recurrir a los subterfugios que ahora emplea Putin para mantener a la población rusa en la ignorancia.
Pero hay un problema más difícil de resolver. La tóxica combinación de la guerra de Ucrania con la crisis económica, que va a provocar la escasez de energía y materias primas y productos de consumo, con la consiguiente inflación, hace que la situación recuerde peligrosamente a la de los años 70 tras la guerra de Vietnam. Los que por viejos podemos recordarlo, sabemos el tamaño del desastre que puede venirnos encima si el dios de la guerra no se apiada de nosotros.
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