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Santander es una ciudad muy consciente de su imagen hacia el exterior, con su frente marítimo único, tanto hacia la bahía como hacia las playas del abra de El Sardinero como hacia el propio mar Cantábrico. Habría que decir, incluso, de su buena imagen, de ... su belleza, pues es así como la población lo percibe y como el visitante, además, lo manifiesta.
La realidad innegable de esta percepción estética no debería llevar, sin embargo, a una autocomplacencia pasiva que haga de la ciudad un organismo inmóvil, que olvide que Santander no es solo su frente costero, sino que, como es obvio y bien sabido, hay otros escenarios de la ciudad detrás de ese magnífico escaparate cívico.
Santander, como espacio colectivo, trasciende la imagen de un mero paseo marítimo que la bordea de forma más urbanizada (hasta el extremo de El Sardinero) o más agreste (por su Costa Quebrada hasta el límite con Bezana), y ha de entenderse como un conjunto territorial y paisajístico destacado en todos sus frentes. En ese planteamiento de unidad de valor, si hay que buscar la belleza habrá que encontrarla en todo el municipio, no solo en su ribera marina, pues el potencial existe en cuanto a atractivos estéticos en toda su extensión territorial. Cierto es que, hasta ahora, acaso la atención se la han llevado los bordes marítimos ante la innegable labor de la naturaleza en un caso y ante la también indudable presencia arquitectónica que se aglutina en el resto del frente costero y de la bahía, pero ello no ha de impedir que esa atención deba ser puesta sobre otros barrios y paisajes (urbanos y rurales) de Santander.
Y la belleza cívica se alcanza a través del embellecimiento del espacio público y del exterior de los edificios, pues ambos constituyen el escenario de la vida urbana y el lugar donde se desarrolla la vida ciudadana, cuando la gente 'baja a la calle'.
Se hace necesario que las líneas de acción de la política municipal en materia de urbanismo aborden esas consideraciones de forma abierta y alcanzando en sus determinaciones no solo lo que se entiende tradicionalmente como urbanismo, que podría ser acaso la redacción de planes. Porque hoy en día (y desde hace ya mucho tiempo), urbanismo es algo más (mucho más) que redactar instrumentos de planeamiento o aprobarlos; urbanismo es hablar de la calidad de la vida humana en la ciudad a través de la búsqueda de la máxima calidad de vida urbana. Se trata de conseguir en la ciudad unos estándares de excelencia que permitan que el desarrollo de cualquier actividad por la población sea realmente satisfactorio, saludable y seguro (y esto por no extenderse en la adjetivación).
En ese sentido, uno de los factores que más influye en la calidad de vida probablemente sea la venusta (belleza) que, ya en su 'De Architectura', Vitruvio atribuyó a la arquitectura como una de sus características fundamentales, junto con la firmitas (resistencia) y la utilitas (funcionalidad).
La belleza en la ciudad se alcanza a partir de variadas y numerosísimas consideraciones, empezando por algunas básicas e imprescindibles, como la limpieza, pero continuando por otras como el diseño de calidad, la iluminación, la utilidad funcional, la presencia de la naturaleza en el interior de la ciudad, la ausencia de ruidos innecesarios, la calidad del aire, la estética de calles y plazas en cuanto al uso de materiales y mobiliario urbano, la seguridad en los recorridos, la existencia de servicios suficientes para la estancia y el paseo... Es casi innumerable el repertorio de condiciones que afectan a la belleza de las cosas y, en concreto, de la ciudad, puesto que están también las perspectivas, el paisaje, el patrimonio histórico, artístico e industrial (tangibles o no tanto) y su valor como puntos de conexión ciudadana y de fijación de los sentimientos de pertenencia a un lugar, el olor de los espacios, las sensaciones que transmiten (reposo, calma, seguridad...).
Santander, desde los planteamientos de su urbanismo y su PGS, debe abordar de forma decidida la elevación de la calidad de todo su espacio público a través de múltiples factores y uno de ellos, indiscutible y necesariamente, deber ser el de su belleza.
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