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Aunque han transcurrido bastantes años, cada 23 de febrero seguimos recordando con horror el asalto al Congreso de los Diputados y el secuestro de todas las instituciones llevado a cabo por un grupo de guardias civiles liderados por el teniente coronel Antonio Tejero. ... Estábamos empezando a disfrutar la libertad por aquellos días, pero sus enemigos estaban ansiosos por privarnos de ese derecho que durante tanto tiempo habíamos tenido vedado.
Las efemérides siempre se prestan a consideraciones políticas y más este año en que la opinión pública vive de nuevo, entremezclados con problemas sanitarios graves, momentos de confusión en la convivencia ciudadana. La estabilidad vuelve a mostrarse empañada, el descontento social se refleja en la sensación de confusión y pérdida de confianza en los poderes públicos y en los expertos, desde el Gobierno hasta, simplemente, las palabras de los científicos que luchan contra la pandemia.
No falta quien se alarma queriendo equiparar la situación actual con la que propició en la década de los treinta del pasado siglo una terrible guerra civil. Se trata sin duda de comparaciones exageradas. Aunque también hay que decir que urge adoptar medidas para evitar que el ambiente se continúe distorsionando. Hay que evitar que la inquietud ante la situación, junto al odio que se está reflejando en tantas manifestaciones, vaya a mayores. Creo que será exagerado culpar sólo al Gobierno, aunque sí es responsable en buena parte. La opinión pública de todos los países es proclive a culpar a los gobernantes de todos sus males y problemas. Y España no es diferente. Seguro que la coalición que nos gobierna hace algunas cosas bien, pero también se impone reconocer que algunos errores y actitudes del Ejecutivo están impidiendo que la normalidad se restablezca. Con mucha frecuencia son sus miembros los primeros que estimulan la confusión y el desánimo colectivo.
Gobernar es difícil -y más en circunstancias como las actuales- y no consiste solamente en producir decretos y diseñar estrategias electorales con promesas que garanticen su continuidad. Ante todo, deberían estar atentos a los estados de ánimo de la gente. Y esta necesidad incluye tanto a los que son afines a sus ideas como los que no las comparten. No hay peor táctica de manejo del poder que la que propicia generar enemigos. En el manejo de la autoridad no da buenos resultados mostrar prepotencia, irradiar soberbia y exhibir autoridad. La autoridad y el respeto hay que ganarlos. Gobernar desde la humildad sin renunciar a los principios que impone el servicio público es el mejor acierto.
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