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El coronavirus nos trae que labores no presenciales computen como actividades económicas en el PIB o que usemos cada vez más el pago digital, lo que hace que el teletrabajo se fortalezca en la recesión en la que estamos. Y es que, como ... decía The Economist, esa rutina de cambiar la mesa y silla de oficina por la del salón no sólo hace cambiar la regulación y visión de dicha 'nueva modalidad' laboral sino que se ha convertido en el 'Canario en la mina' del reseteo del modelo económico y pagos virtuales que vamos a vivir. Dichos canarios, sensibles a la presencia de gases nocivos en el aire, han quedado grabados en nuestro subconsciente desde el siglo XIX como alerta temprana contra algún cambio de rumbo o paradigma, como el que vivimos actualmente. Esto supone cambiar el culto a la presencia en el trabajo y, aunque hasta 2019 sólo un 5% de ocupados teletrabajaba, según un estudio de IvieLab sobre datos del INE, cuando se producen restricciones por la pandemia, ese porcentaje sube al 34%. Dicho «efecto push o empuje» en un escenario de aguas procelosas de distanciamiento social e incertidumbre tiene elementos positivos pues ahorra costes, permite una mayor autonomía en la gestión del tiempo o supone cambiar el mercado de vivienda de un modo imprevisible pues posibilita huir de la ciudad y mirar a un mundo rural en peligro de ser vaciado.
Pero que algo cambie para mejor no significa que todos mejoren. Dada la emergencia social, unido a la digitalización y tipos de interés reducidos (que aumentan la desigualdad, pues quita alicientes para ahorrar, especialmente si hay bajos salarios), el paso hacia este nuevo tipo de trabajo tiene incentivos no deseados. Por ejemplo, puede aumentarse la brecha social y tecnológica puesto que si los ERTE sirven para evitar un hundimiento del mercado laboral, pueden también suponer cierto «reciclaje» digital de algunos empleados. En definitiva, para evitar mayor presión, se precisa acción social. Y como dice Dani Rodrik, Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2020, aunque no sean buenos tiempos para la globalización se puede aún evitar la desaparición de trabajos «buenos y seguros», auténtico talón de Aquiles de una clase media cada vez más necesaria. Es decir, el 'Canario en la mina' es conocer la cantidad de ocupaciones que se pueden hacer de forma remota. Sólo con eso anticiparíamos el impacto a largo plazo de esta pandemia y evitaríamos mayores «cicatrices económicas» si, por ejemplo, se hicieran cosas como subvencionar mejores infraestructuras o incentivar más la educación y las opciones de conciliación familiar. Miremos al futuro con optimismo.
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