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Como muchos actores de la vida pública, y de la otra, el presidente Revilla es experto en el arte de la cancamusa, aunque no es seguro que lo sepa. Pero si por edad, querencia y años de permanencia en el cargo goza desde hace ... décadas de una posición de liderazgo indiscutido, no tiene la exclusiva. Comparte esta técnica con numerosos personajes de Cantabria y de fuera de ella, por lo que no se descarta que algún alumno aventajado termine superando al viejo maestro. Cancamusa y candongo, tanto da, son palabras en desuso, condenadas al olvido, y es una lástima porque, además de ocurrentes, definen con precisión lo que es una constante política. Cancamusa y candongo figuran aún en el diccionario, no sé durante cuánto tiempo, y hacen referencia «al dicho o hecho con que se pretende desorientar a alguien para que no advierta el engaño de que va a ser objeto».
Candongo tiene también acepciones diferentes y poco amables, pero dejémoslo ahí. El idioma está vivo y en permanente evolución, y si bien han desaparecido unas tres mil palabras en el último siglo son más las incorporadas. Entre las que estaban, y ya no están, algunas no requieren de explicación sobre su significado, cual es el caso de chicorro, desamigo o cuñadez, aunque las hay de difícil comprensión hoy, a pesar de su cercanía temporal, como marcelino (perteneciente a marzo), gracir por agradecer o quizabes por quizá. Penden de un hilo voces evocadoras: tarambana, picaflor, córcholis o peculio. Las que entran por las que salen, las que nacen por las que mueren, y aunque la RAE niega la admisión de expresiones ahora comunes, email o link por ejemplo, se debe a que existe la perfecta correspondencia en español de correo electrónico y enlace.
Poliamor, ciberdelincuencia, criptomoneda o vapeo son nuevas palabras sumadas al diccionario, pero ninguna más celebrada que pifostio, en parte porque lo exigía lo habitual del vocablo, y también porque aventuré su entrada hace cuatro años en un articulo corto, 'Pufotus y pifostio', en el que comentaba el caos generado por las obras en la calle Cervantes. Expuse que pifostio gozaría de la bendición académica, dada su amplia difusión nacional, pero no así pufotus (acrónimo inventado de pufo y transportes urbanos de Santander), relacionado con aquel memorable suceso consistente en el malgasto de siete millones de euros para dejarlo todo como estaba. La localización del término en una sola ciudad hacía inviable el reconocimiento. Una pena. Mientras, preparémonos. La época preelectoral es propicia a la cancamusa y el candongo.
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