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Cantabria ha celebrado 40 años de autogobierno, un hito relevante en nuestra historia que se ha conmemorado en la intimidad de las instituciones. Pequeños actos públicos que han dado fe de que la aventura autonomista no ha cumplido con las expectativas que en su ... día había generado. Y es que el análisis macro de estas cuatro décadas no invita a grandes festejos. El retroceso en el ranking nacional de nuestra economía no deja dudas de las dificultades.
En este contexto, resulta indicativo que cuando la autonomía entra en su madurez la propuesta más significativa de nuestro sempiterno líder regional es hacer un lavado de cara proponiendo un nuevo himno tras haber impulsado una nueva bandera. Pero una atractiva melodía y una nueva bandera no van a conseguir que Cantabria recupere el 8,8% del PIB industrial perdido en los últimos 30 años. Concretamente, el crecimiento anual de Cantabria en el periodo referido ha sido del 1,9%, el tercero más bajo de todas las regiones. Según datos aportados por el doctor Juan Luis Fernández, el peso de nuestra autonomía ha pasado del 1,48% del PIB nacional al 1,17% en estos 40 años de autogobierno. Dicho de otro modo, en la génesis autonómica nuestra renta per cápita era del 122% de la media de España, hoy somos el 94,7%, 27 puntos menos.
Analizada la evolución en conjunto de los principales marcadores económicos en estos momentos de jubileo autonomista, se ha observado que, más allá de que la promoción turística del llamado «marco incomparable» haya sido un éxito, los números no acompañan y ya padecemos los efectos de la sociedad resultante de este modelo: una comunidad especialmente envejecida, una baja población activa y una fuga de la masa laboral joven más emprendedora. No es casualidad que lideremos en este momento el índice de mortalidad nacional, aunque aquí quizá el fracaso de la gestión de la atención primaria también tiene un papel relevante. Si baja la prevención sanitaria en este tipo de sociedades es como arrojar una cerrilla a un pajar.
Este declive contumaz es común a las comunidades del frente atlántico, especialmente Asturias y Cantabria. Quizá sea esa la argamasa del idilio político de la pareja del verano, Revilla y Barbón. Ya se sabe que las desgracias compartidas parecen más llevaderas.
Arrumacos entre culines de sidra aparte, los presidentes de ambas comunidades no ponen sobre la mesa un plan estratégico que pueda sacar a ambas regiones de la postración lenta y continuada. No estaría mal que en la recta final de su vida política el señor Revilla nos propusiese un plan realmente transformador y dinamizador que le dé un giro al devenir de la autonomía.
La reindustrialización es un pilar fundamental de cualquier proyecto de calado. Y la creación de infraestructuras de apoyo es un elemento básico. La cornisa cantábrica fue una gran perjudicada cuando Felipe V decretó en 1720 el ineficiente sistema radial por cuestiones de afianzamiento del centralismo borbónico. Modelo que fue ratificado en 1855 por O´Donell en la Ley General de Ferrocarriles y continuado por Felipe González en 1982. El desastroso panorama actual en comunicación ferroviaria que padece la costa atlántica es resultado de esas decisiones.
El futuro, si es que hay alguien que piense en ello, pasa inexorablemente por la construcción de un corredor ferroviario homologable, es decir, rápido, de vía de ancho europeo, que potencie tanto el transporte de mercancías como de personas entre las regiones y Europa así como el transporte de cercanías. Esto último es básico para fomentar el desarrollo de las comarcas que hoy sufren despoblamiento o han quedado reducidas a meras áreas residenciales vacacionales.
El Corredor del Mediterráneo conectará Algeciras con el corazón de Europa y con ella todas las poblaciones medias y grandes de la costa este. Es ahí donde está basculando el eje económico de España. El ferrocarril del norte peninsular queda, mientras tanto, como inspirador de películas como Doctor Zivago.
Celebrar con dignidad los 40 años de autonomía sería poner sobre la mesa la construcción del Corredor del Atlántico de España, un proyecto que esté apoyado por las comunidades afectadas, con empaque de objetivo político preferente e irrenunciable. Y si Revilla quiere entonces poner como hilo musical del acto 'Viento del norte', allá él.
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