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El mapa real de España ha experimentado un severo cambio en el último siglo. Millones de españoles salieron de sus pueblos para asentarse en las ciudades y han dejado grandes extensiones de territorio sin apenas habitantes. Los pueblos fantasmas son un buen ejemplo de ese ... proceso de despoblación. Cantabria no ha sido una excepción. Extensas comarcas presentan un aspecto casi desértico, en lo que a población se refiere. Basta un viaje a Valderredible, Campoo, Liébana o la zona alta del Nansa para comprobar esta realidad. Ese desequilibrio demográfico entre la costa y el interior supone un problema que se trata de resolver desde hace décadas. Hasta ahora sin resultado positivo
El pasado domingo, en El Diario Montañés, se publicó una entrevista con José María Ballester, director del área de Desarrollo Rural de la Fundación Botín, en la que exponía con claridad los retos que conlleva detener el declive de esas zonas y, al mismo tiempo, garantizar la conservación del medio ambiente. Ballester tiene un currículum brillante, extenso y denso y su tarea en una de las áreas de la Fundación Botín, que parece opacada por el peso de esa institución en el ámbito cultural, debe ponerse en valor. Lleva años incentivando el desarrollo de zonas como el alto Nansa y estudiando a fondo las medidas necesarias para frenar la despoblación y tratar de que nuevas familias se asienten en esa Cantabria vacía.
No será fácil repoblar esas comarcas. Muchas contaron con una demografía vigorosa, pero con el paso del tiempo se impuso el atractivo de lo urbano. Las personas tenemos tendencia a la sociabilidad y nos gusta, en general, estar rodeados de otros seres humanos. Es difícil luchar contra esa tendencia gregaria, pero existen proyectos interesantes para revertir el proceso y lograr que pueblos, ahora casi abandonados, recuperen vitalidad.
Con la pandemia del covid-19 se ha iniciado un movimiento, aún leve y sin consolidar, de personas que han preferido pasar esta etapa en pueblos en los que tienen menos posibilidades de contagio y en los que puedan trabajar desde su casa. No es una corriente caudalosa, pero el goteo es constante y supone un giro de ciento ochenta grados del proceso ocurrido hasta la fecha.
Dos cuestiones se presentan como esenciales para cimentar ese cambio: por una parte, la poda, en profundidad, del bosque regulador que frena casi cualquier iniciativa. Con la correcta intención de preservar zonas naturales, respetar el patrimonio histórico artístico, mantener criterios ecológicos, etc. se ha logrado un efecto contrario, al impedir que iniciativas sensatas y razonables para mejorar la calidad de vida de quienes aun viven en esos pueblos se lleven a cabo.
La burocracia y la hiperlegislación son dos obstáculos para mantener en sus casas a quienes aún habitan en la Cantabria vacía e impedir que personas que podrían trasladar a esos pueblos su residencia, lo hagan. Y a esas obstructivas redes burocráticas hay que añadir la ausencia de verdaderos estímulos económicos y tributarios para favorecer ese proceso de repoblación. Recientemente he estado en Tollo, un pueblo de Liébana en el que muchas casas están en ruina y donde Juan González Bedoya, periodista con brillante currículum, exsenador socialista e intelectual inquieto, ha restaurado la casa familiar y, en lo que fue la cuadra, ha construido una biblioteca espectacular con veinte mil volúmenes. Basta una hora de conversación con él, para conocer los problemas que tuvo que superar para llevar a cabo, con su propio dinero, una obra que hace del pueblo un faro cultural.
La otra deficiencia reside en la ausencia de una red que permita el acceso a internet de manera segura y económicamente accesible. En muchos lugares de la comunidad existen verdaderas lagunas, incluso para disfrutar de una correcta cobertura de telefonía móvil. El acceso a internet con calidad, y a un precio razonable, está lejos de ser una realidad. Si se facilitara la rehabilitación de viviendas y la construcción de otras nuevas y a ello se uniera la conexión a internet, es más que posible que se comenzara a revertir, la menos parcialmente, el fenómeno de la Cantabria vacía.
El terremoto que ha supuesto el covid-19 puede tener alguna faceta positiva –ciertamente muy pequeña– y una de ellas es la extensión del trabajo a distancia. Determinadas personas pueden proseguir su tarea sin presencia física en la empresa y ello genera un interés por asentarse en zonas rurales, con buena calidad de vida, siempre que se implementen los elementos necesarios.
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