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Llegó el fin de semana y decidí salir a tomar algo por la zona centro de Santander. Lo habré hecho unas cuatro o cinco veces desde que estoy viviendo aquí, tampoco mucho más porque entre el covid, los cambios de horarios impuestos en la hostelería, ... los restaurantes que abren y cierran y que con dos niños y sin conocer niñera de confianza es más difícil, pues no me he prodigado mucho a pesar de que en Madrid era uno de mis 'deportes' favoritos.
Aprovecho ya de paso para pedir por aquí si alguien tiene buenas referencias de alguna 'babysitter' responsable y de confianza. Y, si le pone la tele a los niños, a poder ser de las que saben distinguir entre un vídeo musical de Pepa Pig y los que salen directamente haciendo el pig con tipas medio desnudas practicando 'twerkings' varios mientras un cachitas tatuado, con gafas de sol y forrado de cadenas de oro, entona «dámelo mami, dámelo todo mi amol». Aunque para una niña son igual de pegadizos, con los segundos es más fácil que de mayor quiera ser stripper. Y a pesar de que bien llevada también puede ser una profesión de éxito e incluso totalmente respetable, preferiría que se fuera enfocando hacia otras un poco menos sufriditas...
Volviendo a las cuatro o cinco veces que he podido salir a cenar, habitualmente me apunté al plan ya hecho de algún amigo que me llevaba a sus sitios conocidos pero, la última vez, me tocaba elegir y reservar a mí. Pensé: «Esto no será como en Madrid que hay que llamar a veces con hasta con dos semanas o más de antelación para cerrar un sitio. Si aquí cojo pista de pádel casi el mismo día, para un restaurante llamando la tarde anterior será suficiente. Y más ahora, que no es temporada alta de verano y solo estamos los que vivimos por aquí».
Primer restaurante: lleno. Segundo restaurante: completo. Tercero: lleno también. Cuarto: sin mesa desde el lunes anterior... Increíble lo del centro los fines de semana -y eso que todavía no era Semana Santa-. Por supuesto, pensé en ir a la aventura sin reserva, tomando cañas y cambiando de sitio en sitio, pero lloviendo, implanteable.
Así que, además de haber aprendido que tengo que reservar con más antelación si quiero cenar en el centro y mientras encuentro a esa niñera de confianza que aún no tengo, he elaborado una pequeña teoría por la que pienso que la famosa Cantabria vacía no es que realmente lo esté, sino que se debe mudar en tromba a Puertochico los viernes y sábados por la noche.
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