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Entre el costumbrismo y la etnografía, Cantabria se rinde en marzo a la evocación de recibir al mes que nos abre las puertas del optimismo y de la luz. Filóloga y marcera campurriana, Raquel Gutiérrez Sebastián nos ha explicado que esto de las marzas, ... aunque antaño extendido en varias zonas de Cantabria, abundaban en las que más frío hacía, que así se agradecía la llegada del buen tiempo. Y como si también se recibiera a la primavera de la sangre, la celebración se extendía al deseo de romance de los jóvenes. Por eso los mozos cantaban de casa en casa buscando respuestas a sus preguntas: ¿Cantamos, rezamos o nos marchamos?
Cantar hoy en día, sólo cantan los coros. Aunque es bello pensar que esa tradición continúa, lo cierto es que la costumbre de las marzas, lejos de surgir espontánea entre las pandillas de mozos, está sepultada en los textos de nuestros escritores y estudiosos. En los marzos del siglo XXI, los cánticos sólo perduran en la escenificación de grupos corales que lucen sus voces como parte de su repertorio, y en vez de mozas se van a rondar a las autoridades. Así que más que cantar, sería más conveniente rezar algún responso por la defunción de nuestras costumbres, aunque me parece que eso, tampoco.
Rescoldos de esos recibimientos marceros nos dejó el recientemente desaparecido poeta y pintor torrelaveguense, Julio Sanz Saiz, que un buen día se le ocurrió organizar una cena para recibir a la primavera con poemas. Hace ya años que Julio dejó de organizar aquella cena de la poesía ante la invasión de vanidades y protagonismos en que se convirtió. ¿Cantamos, rezamos o nos marchamos?, que diría un marcero. Y Julio, que se dio cuenta de la movida, se marchó. Ahora que se nos ha ido de verdad, los meses de marzo parecen más fríos y tristes. Y yo no sé si cantar, rezar o marcharme.
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