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En estos días en los que el movimiento de los ciudadanos es tan fácil como frecuente, lo normal es que se busquen aquellos lugares en los que tengamos asegurada la tranquilidad, el sosiego, la paz, o la diversión. El tiempo, limpio y agradable; los caminos ... señalizados correctamente y cada día con un mayor grado de conservación, los variados y múltiples lugares en los que se sitúan descubrimientos casi permanentes, especialmente cuevas o artilugios artificiales, que facilitan el paso del tiempo. Todo ello invita a que nos podamos mover casi permanentemente en busca de nuevas y agradables sensaciones.
El ir y venir en el verano es, no solo frecuente, sino la esencia del mismo excepto por una circunstancia mayor: fallecimiento o situación en estado de gravedad de un familiar cercano, o una grave limitación... Todos, generalmente, tratamos de disfrutar del sol, así como de los atardeceres que este provoca casi diariamente.
Aunque este año, que he pasado más tiempo en casa que el considerado normal para mí, por culpa de un accidente, he podido observar y reflexionar sobre algunas noticias que los distintos medios de comunicación nos relatan y que además se adueñan del panel informativo.
«Hoy es un día de mucho calor, excesivo calor, tanto que, desde que se hacen registros de temperatura, es la más alta», y así, sin crítica ni comentario, lo vuelven a repetir una y mil veces, siempre con el mismo texto, acompañado en ocasiones de una encuesta conseguida en pura calle, fundamentalmente entre los trabajadores a los que les toca ganar su jornal o de algún viandante sofocado. Pero ¿cómo va a hacer en el verano?, ¿qué esperamos todos que haga en el verano?
Después preguntan cómo se mitiga el calor... qué grave dificultad. ¡Para qué están los abanicos y el agua!, antes en botijo y ahora al alcance de todos por las fuentes o por el agua envasada. Me pregunto si estos voceros sabrán que, no hace tanto, se formaban cuadrillas de segadores a mano, comenzando su itinerario en Andalucía, para seguir por Extremadura y Castilla, para terminar en el norte, y siempre a más de 30 grados y sin sombra en muchas ocasiones.
Cuando observo esta estampa, yo que, como mayor e hijo de agricultor he visto e incluso agavillado el producto segado a mano, con dediles en los dedos para evitar los cortes de la hoz, siento cierta desazón, porque estamos amamantando una sociedad, haciéndola débil, frágil y, como los bebés, con expresión de quejas permanentes.
Ocurre todo lo contrario cuando llega el invierno y aprieta el frio; cuando los dedos te duelen y tienes dificultad para moverte, cuando si te paras sientes que te congelas. Quejas, nuevas quejas: es el día más frío, no hay quien lo soporte, es algo sobrenatural, nadie lo puede aguantar... Pudiendo responder al reportero de turno, ante la pregunta de, ¿cómo mitiga el frío?, que no parando, moviéndome de forma permanente, poniéndome dos camiseta o dos jerséis, yendo acompañado de varias capas como una cebolla... y no ocurre nada, a no ser que duermas en la calle. Recordar la falta de calefacción en las escuelas, de más de cincuenta alumnos mixtos, con puertas y ventanas rotas y desajustadas.
Estas quejas ocurren en las catástrofes, y siempre se ha dado alguna, ahora por motivos climáticos con más frecuencia. Parece que estamos envenenando el ambiente y que ésta es su protesta. Bruscamente hace acto de presencia la lluvia, de forma torrencial, destruyendo caminos, viviendas, enseres, animales, y algunos intrépidos conductores que, ignorantes cogieron su coche y les sorprendió la Dana, o aquellos que pensando que podían pasar por tal o cual badén, usaron su coche y quedaron encerrados dentro del mismo. Y aquí vienen las quejas, las quejas por parte de todos, cuando lo que realmente tiene que venir es un análisis de los daños y cuando la legalidad lo permita abonar los desperfectos.
Podemos entrar en el profundo campo de la cotidianidad, la cesta de la compra cada día más cara, la vivienda escasa y cara, y por ello con dificultades para adquirir una; la falta de empleo y, cuando se tiene, el sueldo precario, amén del miedo de perderlo. Lo caro de los libros de texto, la anarquía de la fecha de apertura del curso, así como del calendario de estudios y del contenido de estos, con cambios casi permanentes.
Lo primero: nos quejamos de hechos que siempre han ocurrido como constante histórica; lo segundo, la queja no resuelve jamás nada si no la ordenamos y dirigimos correctamente. Cuando algo no es controlable, es tolerable.
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