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A la izquierda se le murió Almudena Grandes apenas seis días después de que a la derecha se le muriese Antonio Escohotado. Esto fue, al menos, lo que quisieron reflejar los medios de comunicación: la enésima polémica partidista a través de la ocupación política del ... duelo. El contribuyente medio, más o menos interesado en los debates de actualidad, pero en ningún caso fanático de la militancia, debía escoger tanatorio y cementerio mientras sus representantes se enfrentaban con la excusa de los nombramientos de calles y los hijos predilectos.
La semana pasada, sin embargo, falleció Verónica Forqué. La actriz, estrella del cine hace años, padecía una depresión y eso también fue motivo del análisis tertuliano, que para eso están los canales de radio y televisión. La muerte de Forqué se produjo tras su polémica aparición en un programa de cocina y famoseo. Los expertos (esa raza nueva de clérigos) aprovecharon la circunstancia para hablarnos de la sanidad pública y las enfermedades mentales porque, no lo olviden, la intimidad de la propia vida importa en la medida que pueda trascender al ámbito público en forma de arma electoral o programa político. Así ha pasado con el suicidio: otrora, tabú y, hoy, titular.
Forqué fue, sobre todo, una representante de primer nivel de lo mejor de la cultura española. Ganadora de cuatro premios Goya -que se dice pronto- e intérprete en películas y series excelentes, su presencia fue cotidiana y amable en una época de relativo optimismo en el progreso del país. 'Matador', 'Bajarse al moro', 'Kika' o '¿Por qué lo llaman amor cuando quieren decir sexo?' forman parte de una filmografía envidiable y poliédrica. En Televisión Española, brilló en la magnífica 'Pepa y Pepe' y, bajo la dirección de su exmarido, Manuel Iborra, protagonizó en 1997 'El tiempo de la felicidad', cinta que recoge el verano de una familia española en Ibiza durante los primeros años setenta del siglo pasado.
Esta película elegante, evoca con nostalgia la etapa de juventud y esperanzas de una generación de españoles que alcanzó la madurez con la sensación de haber dado la espalda a la posibilidad de una existencia distinta, acaso más humana. Que la vida de Verónica Forqué se haya apagado casi al mismo tiempo que la de Grandes y Escohotado sugiere el inicio de una peligrosa tendencia: poco a poco, por razones de simple biología, irán desapareciendo los nombres que forjaron nuestro universo sentimental. A quienes a punto estamos de cumplir los cuarenta años nos saltan las alarmas al contemplar el lúgubre paisaje. Ellos, los que hoy se mueren, parecían más seguros que nosotros, más capaces de lidiar con el mundo y sus peligros.
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