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Acosados por problemas urgentes, como la crisis de 2008, la pandemia o la guerra en Ucrania, tendemos a olvidarnos de problemas estructurales que, por su propia naturaleza, influyen por demás sobre nuestra capacidad para abordar los urgentes. Uno de estos problemas estructurales -así ... se puede considerar pues, en la mayoría de los países desarrollados, no ha hecho más que crecer en los últimos 30 años- es el de la desigualdad en la distribución de la renta.
En el pasado -considerando que los muy ricos tenían una tasa de ahorro muy superior a la de la media de la población- se pensaba que la desigualdad era un elemento fundamental para el crecimiento económico. En la actualidad y en base a la evidencia empírica que ha puesto de relieve las múltiples fugas de la creencia anterior (por un lado, el capital humano es mucho más importante que el físico para el crecimiento económico y, por otro, la globalización ha roto el vínculo entre ahorro interno e inversión interna), se piensa mayoritariamente que ocurre todo lo contrario, sobre todo si, como sucede con frecuencia, la desigualdad procede más de la existencia de una gran masa de pobres que de un pequeño grupo de ricos.
El análisis teórico, corroborado por los hechos, ha evidenciado que la desigualdad de rentas tiene muchas causas, pero una de ellas, probablemente la más importante, es la desigualdad existente en las dotaciones de capital humano de los distintos estratos de la sociedad. El capital humano, entendido como el valor económico de nuestras capacidades, supone, según un estudio de la OCDE, en torno al 65% del valor de todo el capital y, en los países desarrollados, entre cuatro y seis veces más que el capital físico. Por ello, y parafraseando lo que dijo Krugman sobre la productividad, se podría afirmar que el capital humano lo es todo, o casi todo, en relación con el crecimiento, la milidad social y, por ende, la distribución de la renta. Como se ha dicho en múltiples ocasiones, el capital humano es el ascensor social más potente que podamos imaginar y, por lo tanto, un elemento básico sobre el que debería asentarse la construcción de una sociedad más justa, menos desigual.
Tal y como también apunta la OCDE, allí donde la desigualdad es más elevada la movilidad hacia arriba tiende a ser más reducida, por lo que, para acrecentarla es preciso, por encima de todo, invertir en proveer a la sociedad de un potente sistema educativo que permita la formación de las capas más desfavorecidas, pues ello daría lugar a una distribución del capital humano más igualitaria (menos desigual) que la del capital físico y a una menor desigualdad global. En todo caso, lo verdaderamente importante en este sentido es que los niños y jóvenes de las familias más desfavorecidas disfruten de una auténtica igualdad de oportunidades en todo lo que concierne al acceso a una educación de calidad.
En la actualidad, sin embargo, existe un cierto peligro en esta forma de abordar la lucha contra la desigualdad. Este peligro procede, precisamente, del hecho de que es a través de la acumulación de capital humano que se está propiciando el desarrollo de la inteligencia artificial. Dado que esta última lo que hace es transformar el capital humano en capital físico, que sistemáticamente está más concentrado que el capital humano, podría suceder que el vínculo existente entre este y la reducción de la desigualdad se viese debilitada. En definitiva, puesto que dejado a su libre fluir, este proceso parece difícil de romper (los que dominan el mundo de la inteligencia artificial serán, si no lo son ya, los que dominen el mundo), es obvio que los gobiernos tendrían que implicarse mucho más en la aplicación y diseminación de la inteligencia artificial a todo lo relacionado con el desarrollo de los servicios públicos, y muy en particular de los que están vinculados al sistema educativo. Sólo así la inteligencia artificial contribuirá a la reducción de las desigualdades y no a agrandarlas. En definitiva, más y mejor educación para las capas sociales más desfavorecidas, y una alfabetización generalizada y potente en todo lo relacionado con el nuevo mundo de la inteligencia artificial son, con toda seguridad, dos de los principales pilares sobre los que debería descansar la lucha contra la desigualdad. El otro pilar importante es, naturalmente, el de las políticas redistributivas. En todos ello, el papel de los gobiernos es crucial.
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