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Da la sensación de que del esperado debate entre Sánchez y Feijóo se ha dicho todo. Analistas, contertulios, periodistas, opinadores y gente del común, más allá de señalar un ganador, unos con alegría y otros con pesadumbre, han buscado la frase ingeniosa o el razonamiento ... original para tratar de dejar su impronta sobre lo ocurrido, escogiendo los temas o las respuestas de cualquiera de los intervinientes que, según su particular criterio, sirven para definir el resultado del enfrentamiento televisado.
Pero también los gestos dicen mucho del devenir del debate y ponen a las claras la situación en la que se encontraron los candidatos en cada momento. Y nosotros, como observadores, los percibimos, siquiera sea de manera inconsciente, y, sutilmente, nos van transmitiendo sin esfuerzo cómo va la cosa. El tono de voz, la excesiva repetición de un mismo argumento, la contundencia, el rictus de la cara, la sonrisa forzada, el movimiento de las manos, las interrupciones al adversario y un halo de cierta ansiedad van dejando un lastre y un rastro en el camino que al final quedan en nuestra retina, se graban en el subconsciente y ponen de manifiesto al ganador. Y lo sabemos.
Y, precisamente, hablando del final, cuando culminó el debate, las imágenes nos trajeron a colación los gestos en el mundo del boxeo. Y es que, en el pugilismo, cuando la campana avisa de que el último asalto ha concluido, el boxeador que se ha visto ganador, que ha dominado la pelea, que, desbordando la guardia del oponente, ha colocado los mejores golpes, es el que cruza el ring y acude al rincón del rival a saludarle. Esto es exactamente lo que hizo Feijóo.
Cuando los moderadores dieron por terminado el evento y los contendientes se levantaron, Sánchez permaneció de pie junto a su silla y fue Feijóo el que dio unos pasos, se acercó hasta el presidente y le extendió la mano. Ambos se saludaron con naturalidad, como si los golpes no les hubieran dejado marcas en la mandíbula, aunque todos sabíamos que uno salía más magullado que el otro.
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