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Si hay alguna figura institucional que no debe sonar partidista en ninguna circunstancia, esa tiene que ser, después de Rey, el Presidente del Senado. Ya sabemos que el Congreso es el escenario de pugnas ideológicas sin cuartel. En cambio, el Senado tiene como misión canalizar y apaciguar la representación territorial, asunto siempre muy problemático en España y que requiere tacto, ya que el punto de equilibrio entre las tendencias a lo particular y el impulso de coordinar no es algo matemático, sino por sí mismo discutible. Democráticamente discutible. Lo hemos visto en la pandemia; o en el guirigay de los fondos europeos.
El actual presidente, pues, al intervenir en el Parlamento cántabro en el programa de conmemoración autonómica, no estuvo muy centrado, en un cierto momento, al cargar contra el «neocentralismo» como peligro significativo. Indudablemente, ciertos partidos suponen que los votantes podrían no favorecerles en Andalucía e intentan acortar distancias metiendo miedo, si no se ven metiendo ilusión. Pero el presidente del Senado, ¿es imprescindible ahí?
El más agudo problema del estado autonómico no es el neocentralismo, sino el separatismo. El mayor atentado contra la Constitución fue la declaración de independencia de una 'república de Cataluña'. Un tribunal acaba de dar un ultimátum para que se respete el derecho a la educación en aquella comunidad. El Senado no debería parecer alarmado por fantasmas futuros e improbables, e indiferente a personas presentes y sufrientes.
Además, si alguien cree que debe coordinarse mejor, por ejemplo, la política nacional de I+D, o la provisión de las plantillas de profesionales sanitarios, o la industria 4.0, no por ello ha de ser considerado un hereje político. Recordemos a Rorty: cuida la libertad, y la verdad cuidará de sí misma. Más cuidado de la libertad de pensar y menos cartas a Scooby-Doo. El Presidente mencionó, con verdad, algunas «brechas» importantes (sociales, territoriales, de género) y también, con euforia, los «logros evidentes» del sistema político. Pero como esas brechas no pueden contar como 'logros de' 40 años, sino más bien como 'fallos tras' 40 años, en vez de dar la teórica triunfalista habrá que hacer algo de autocrítica.
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