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Eso dice el dicho sobre el buey muerto, que le echemos la cebada al rabo y esto mismo es lo que hacemos las personas con aquellos que fallecen y no recibieron el mérito del reconocimiento en vida. Recuerdo de mi gran amistad con Lines Vejo, ... a menos de un año de dejarnos, que me decía «las flores -por cuando le llegara la hora- son que vengas a verme y no a traerme flores, cuando muera, para que te vean».
¿Qué sentido tiene olvidar o ignorar todo o gran parte de lo bueno que un personaje ilustre hizo en vida, para luego organizar unas exequias grandilocuentes y mediáticas, una vez fallecido? No tiene ningún sentido. Por eso me encantan los homenajes en vida, los premios de reconocimiento a una carrera profesional y, más aún, las palabras de amor, cariño y agradecimiento que se le dicen a una persona, a su cara, mirándola a los ojos y sintiendo como esas palabras calan hondo y reconfortan toda una vida de esfuerzo. La verdad es que no sólo me refiero a grandes personajes mediáticos (artistas, escritores, empresarios, políticos o periodistas), que también, sino que pienso, sobre todo, en las personas que no aparecen en la prensa o en la TV, pero que han sido fundamentales en la vida de unos pocos, que para ellas fueron mucho. Pienso en padres y abuelos, en hermanos, en grandes amigos, en esposas y maridos, en todas aquellas personas que, por su calidad humana, por lo que se desviven por nosotros, por el gran afecto que nos derrochan, merecen una fiesta, un homenaje, un gran día en el que todos los suyos le digan cuánto los quieren, se lo demuestren, con flores o sin flores, pero de cuerpo presente vivo y coleando.
Por todo ello animo, a todos los que ahora me leen, a que piensen en esas personas relevantes, determinantes en su vida y que, junto con otros, preparen un acto sencillo y presente para agradecer y engrandecer su vida junto a nosotros. Mañana puede ser tarde y siempre es buen momento para hacerlo, cualquier fin de semana lo merece y, le aseguro, que lo que importa es el tiempo que les regalemos, mucho, mucho más que solemnes celebraciones o regalos, son mejores los presentes, presentes. Cuando esas personas nos dejen se irán sin sentir que les hemos dejado de la mano, que no les dimos todo cuanto merecían y, puedan o no sentirlo desde donde estén, una vez ausentes, los abrazos, los besos, las palabras cálidas, estarán con ellos cada día de todos los que les quede por vivir, que ojalá sean muchos. Al final, obras son amores y no buenas palabras cuando, quien debiera haberlas escuchado, ya no puede oír. Hablemos ahora o...
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