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Un amigo lector me ha comentado la columna sobre los chivos expiatorios (Diario Montañés 1/6/20). Sugiere que el propio coronavirus sería el «rey de los chivos». Citó textualmente: «habrás notado la predilección del virus por personas pobres, sin recursos básicos o simplemente viejos, todo ... el lastre que el sistema económico imperante y los gobiernos preferirían no tener». Le pido una aclaración y me contesta: «el virus sirve de chivo expiatorio de todas las excrecencias del sistema económico y exculpa a los responsables de la precariedad y desigualdad imperantes». Estoy de acuerdo.
Los responsables políticos, sociales y económicos parecen haber encontrado en el covid el chivo perfecto para que cargue con todas sus culpas. Y no me refiero a sus torpezas de los últimos meses manejando la crisis, sino a sus políticas sociales y económicas de los últimos 20-50 años. La realidad real siempre termina por pasarnos factura de nuestros desmanes. No quiero decir con esto que la naturaleza sea vengativa y tome represalias por nuestras afrentas, la característica más destacada de la naturaleza es su absoluta indiferencia respecto a quienes la habitan. Lo que quiero decir es que nos encontramos con las consecuencias involuntarias de nuestros actos, de nuestra miopía para prever los resultados a largo plazo de nuestras acciones, por estar enfrascados en el beneficio inmediato. El resultado ha sido que la fe en el progreso, entronizado por la Ilustración, se está desmoronando y como consecuencia también se desmorona el orden mundial establecido sobre sus cimientos. El progreso técnico y tecnológico nos ha cambiado la vida y los valores. Transformaciones cada vez más vertiginosas hacen sentir que falla el suelo bajo los pies. Nos sentimos marginados, anticuados, sobrepasados, extraños a una realidad artificial que ha suplantado a nuestro mundo. Y lo peor, en lugar de arrepentirse de sus desmanes Occidente ha doblado la apuesta.
La pandemia ha sido el catalizador que ha precipitado la crisis de Occidente; pero los líderes mundiales la han convertido en un conveniente chivo expiatorio, que les exculpa de todos los males ya evidentes antes de que estallara la pandemia. El discurso sería: vivíamos en el mejor de los mundos posibles, pero ha venido esta plaga y ha arrasado con todo. Parece como si la crisis de 2008-2012 fuera agua pasada; parece como si la crisis de las «puntocom» en el 2000 no hubiera existido; parece como si una economía cada vez más dependiente de la especulación financiera y los servicios, y menos de la creación de riqueza material (cosa del tercer mundo), no hubiera tenido consecuencias; parece como si la jibarización del Estado y la privatización de los servicios públicos nunca nos fuera a pasar factura; parece como si la explotación de la mano de obra tercermundista y el estancamiento de la mano de obra local, o sea la igualación social por abajo, no hubiera sido una bomba de tiempo que terminaría por estallar; parece como si el populismo y la xenofobia no se hubieran agudizado en los últimos 20 años; parece como si las relaciones internacionales no se hubiesen deteriorado al punto de rendir inútil el orden mundial vigente.
El problema es que los citados líderes cargan todas las culpas sobre la pandemia, para negar la necesidad de introducir cambios esenciales en los modos y maneras que nos han traído hasta aquí. Pretenden seguir doblando la apuesta. Cierto es que van a prestar asistencia a las personas y negocios arruinados; eso sí, con un incremento de la deuda que tendrán que pagar las generaciones futuras. Quizá arranque de una vez el «Green New Deal» (economía verde) para frenar el cambio climático, a la manera del «New Deal» de Roosevelt tras la gran depresión de 1929, pero manteniendo los grandes oligopolios. Incluso es posible que se introduzcan cambios sociales, organizativos y tecnológicos que modifiquen nuestros hábitos de comida, de movilidad y de habitación, de cara a estimular un modo de vivir más ecológico. Pero si simultáneamente no se produce una solidaridad genuina entre todos los países, si no se da una respuesta coordinada a escala mundial a esos problemas que nos son comunes y no podemos remediar por separado, no sólo experimentaríamos nuevas pandemias sino que la posibilidad de más guerras -calientes y frías- seguiría ahí. Hoy, sin ir más lejos, la posibilidad de una nueva guerra fría entre Estados Unidos y China es cada vez más inminente.
No sé hasta qué punto lo que digo es en exceso pesimista, más allá del realismo que me inspira. Pero temo que a la agonía del libre mercado internacional, salvajemente desregulado y tan propenso a las crisis, le suceda una forma de gobierno que imponga un sistema autoritario, explotando la recurrencia de aquellos problemas que seguirían siendo irremediables. En otras palabras, que al capitalismo liberal le suceda un capitalismo autoritario como el de China. China lo llama socialismo, pero el socialismo de la segunda internacional era otra cosa; por no hablar de la alternativa social cristiana -democracia cristiana- que a mi juicio supera ambos capitalismos.
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