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Hablando de la sociedad del espectáculo, el circo parece una metáfora apropiada. ¿Dónde termina la ingenuidad de los dirigentes políticos y empieza su prepotencia? ¿Cómo pensaron que podrían someter a los oligopolios, que han controlado las economías mundiales por lo menos durante los últimos 50 ... años, sin que estos usaran toda la fuerza en sus poderosas manos para frustrar el intento de los gobernantes? ¿Han sido víctimas una vez más de creerse sus propias mentiras? Los problemas y conflictos que se han ido arrinconando durante todos estos años han saltado de pronto a la pista central con un tamaño imposible de controlar: desigualdad, abuso de la mano de obra barata, su abaratamiento mediante la inmigración, la dignidad de las personas no cualificadas y marginadas; los propios inmigrantes, crisis de los sentimientos de pertenencia, costumbres arrancadas de cuajo, colonialismo, racismo, identidades reprimidas; evasión de impuestos, infraestructuras decadentes, transportes 'just in time', consumismo...
Ha bastado un fenómeno disruptivo como la pandemia para poner de manifiesto que, a diferencia de oriente, en las 'sociedades líquidas' (Bauman) occidentales todo está prendido con alfileres. No estábamos preparados para la pandemia, así que el índice de mortalidad ha sido mucho mayor. Los gobiernos no han tenido más remedio que bombear dinero a raudales para amortiguar los efectos de un incendio incontrolado. Como consecuencia, el consumo se ha disparado en determinadas áreas, mientras se deprimía hasta la extinción en otras. Esto ha hecho que la cadena de suministro, diseñada para trabajar sin inventarios, haya sucumbido bajo la presión; lo cual ha provocado toda suerte de agotamiento de existencias y que estas puedan reponerse a tiempo. A su vez, ello ha provocado un desaforado aumento de precios.
Tres cuartos de lo mismo ha ocurrido en el área de la energía. La inexistencia de una planificación apropiada para poner en marcha la transición a «energías limpias» ha cogido a nuestros países con el pie cambiado; circunstancia aprovechada por los oligopolios energéticos para echar más leña al fuego, cosa de alargar la vida de sus muy polucionantes fuentes actuales de energía. Amén de retrasar el cambio lo más posible. Como por otro lado no quieren invertir capital en aumento de capacidad, dado que sus actuales tecnologías tienen los días contados, la escasez de suministro está garantizada. Las consecuencias serán aumento de precios y restricciones en los servicios.
También se ha puesto patas arriba el aumento de empleo. Se experimenta simultáneamente escasez de mano de obra y elevados índices de desempleo. La falta de planificación apropiada es de nuevo la causa primera de la escasez de mano de obra cualificada en determinadas áreas, mientras hay exceso de oferta en las áreas deprimidas. A este problema se suma el de la mano de obra no cualificada que, por devengar sueldos de miseria, aspira a que se mejoren sus condiciones o, bien, a entrenarse para ejercer puestos más cualificados. Estos trabajadores prefieren vivir temporalmente de los subsidios del paro, a seguir trabajando en precario; cosa que por supuesto incide en la escasez susodicha.
Y por si fuera poco está la presión inflacionista. Los fallos estructurales señalados más arriba no se resuelven de un día para otro y, mientras no se resuelvan, la amenaza de una combinación tóxica de estancamiento económico e inflación (estanflación) penderá sobre nuestras cabezas. Esto puede producir en nuestros dirigentes políticos ese estado de pánico que suele llevarles a tomar decisiones precipitadas, decisiones que rara vez conducen a algo bueno. La sangre fría y la mano firme al timón del Estado, cosa que ya se ha echado en falta en la actual crisis, puede seguir brillando por su ausencia. Es fundamental desarrollar un plan (por cierto, consensuado entre gobierno y oposición) para la transición a «energías limpias» con un mínimo de disrupciones. Y cumplirlo a rajatabla. Hay que rediseñar la globalización superando las consecuencias indeseables que hoy padecemos. Hay que evitar una nueva guerra fría. Y sobre todo hay que impedir que el nacionalismo se adueñe, en cada país, de la escena política. Todo ello exige políticos con valor y ¡con valores! Cosa que, ya digo, hoy brilla por su ausencia. La tentación del proteccionismo y el descarado intervencionismo del Estado, son para hoy y hambre para mañana. También lo contrario: un Estado a merced de oligopolios demasiado grandes para dejarlos caer; igualmente dañinos pues desfiguran la relación de fuerzas en un mercado libre, donde la competencia leal pueda hacer su labor con el menor rozamiento posible. Lo digo por señalar eso que los anglosajones denominan 'special interests'; factores que hoy son más determinantes de los resultados políticos que la lucha partidista. Lucha que hemos convertido (mea culpa) en el chivo expiatorio de todos nuestros males.
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