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Repensar y reconvertir el espacio público de Santander... Esta fue la formulación última del primer escrito sobre este asunto. Corto y fácil de enunciar pero realmente difícil de concretar. Sin embargo, este es el reto (entre otros) al que va a enfrentarse el nuevo Plan ... General de Santander (PGS), reto que ahora se ha puesto de actualidad no solo en el plano de la teoría urbanística sino que también en el de la propia convivencia ciudadana, que se ha visto sometida a un gran… simulacro iba a decir, pero no, lo ha sido a una gran prueba que ha puesto frente a frente a la sociedad con su propio entorno, el que siempre había parecido válido y que nunca se había puesto en tela de juicio, y que ahora, tras este ejercicio sanitario, ha resultado claramente escaso para un objetivo tan claro como concreto: acoger con suficiencia a la población santanderina en su vuelta a la calle. El mal llamado distanciamiento social, pues se trata de un distanciamiento sanitario (la gente no quiere separarse, quiere seguir estando cerca de familiares y amigos), obligará durante mucho tiempo a que se produzca un fenómeno de alejamiento obligado hasta esos dos metros que la ciencia ha establecido como definitivos para las relaciones humanas en tiempos de pandemia.
Algo tan vinculado a la salud resulta que condicionará de forma concluyente la concepción de los espacios cívicos, puesto que cumplir esa separación conlleva, por poner el ejemplo sencillo, que ninguna de las aceras más habituales de la ciudad de Santander, sea capaz de asumir el cruce de dos personas. Respetar esa directriz sanitaria implicaría aceras con un ancho mínimo de casi cuatro metros, dimensión desconocida en muchísimas calles no solo de Santander sino de muchas ciudades españolas.
Parece, pues, labor ineludible el cambio de escenario público en relación con el viandante, con el usuario de a pie, que debería ser capaz de recorrer su ciudad con garantías mínimas de seguridad sanitaria en estos momentos, pero también de poder disfrutar de un hábitat urbano donde serían muchos los ejemplos que ilustran esa utilización masiva del espacio público (un setenta por ciento del total) por los vehículos dejando para el peatón tan solo un exiguo 30%. Lo peor es contemplar cómo esa ocupación por el vehículo lo es, básicamente, para estacionar o para buscar estacionamiento. El primero, un uso que congela el espacio público inutilizándolo con un elemento inmóvil y sin interés para la escena urbana, y el segundo, un uso contaminante en cualquiera de las acepciones posibles (polución, ruido, intrusión visual...) que tampoco aporta nada al uso global del espacio cívico.
Es evidente que los vehículos existen, que no es posible su desaparición incondicional de las calles y que hace falta encontrar dónde reubicarlos para lograr espacios peatonales. Pero es aún más obvio que, de forma inmediata, la adición de las franjas de aparcamiento a muchas de las actuales aceras permitiría reurbanizar el espacio público consiguiendo una anchura de tránsito realmente adecuada y donde, además de las personas, cabrían propuestas tan significativas como más arbolado (garantía segura de mejores condiciones higrotérmicas y de soleamiento de las calles, además, por supuesto, de su mejora estética) o el aumento del mobiliario urbano (bancos para descanso de caminantes o mejor ubicación de farolas y papeleras, tan solo por ilustrar esta cuestión).
En la base de la transición entre un modelo de ciudad sometido al imperio del automóvil a otro donde el peatón sea protagonista del espacio cívico se sitúa, pues, la necesidad de zonas de estacionamiento (disuasorio o no) que permitan liberar suelo del interior de los cascos urbanos de la presencia de tráfico. Aparcamientos que tendrán que llevar aparejada necesariamente la gestión de un sistema de desplazamiento rápido y eficaz hasta puntos del centro urbano desde donde sea posible la conexión al transporte público. El perímetro exterior del municipio en unos casos e incluso la posibilidad de algunos espacios fuera del propio ayuntamiento pero bien relacionados con él, deberán ser objeto detallado de su análisis de idoneidad para crear esos puntos más allá de los cuales tan solo sea posible el tráfico de entrada de los propios residentes en la ciudad o de quienes accedan (con reserva) a un estacionamiento fuera de las vías públicas (subterráneos o privados).
Una ciudad como Santander, capital autonómica con su disposición en fondo de saco, no puede asumir un acceso diario de más de ochenta mil vehículos sin plantearse alternativas a esa ocupación masiva por el tráfico rodado. Contener el acceso de automóviles buscando aparcamiento dentro del casco urbano es una tarea primordial para que se produzca el posterior enriquecimiento de los usos cívicos en el tejido de la ciudad y que el peatón pueda apropiarse con seguridad de espacios que mejorarían tanto su disfrute como su percepción de lo que la ciudad le ofrece.
Conseguir esas mejoras en la amabilidad de las calles y plazas, en la urbanización de los jardines y espacios cívicos (especialmente mediante un aumento de la cobertura arbórea del suelo urbano), en la sucesión de zonas de estancia y descanso más próximas entre sí, en la consecución de corredores verdes y deportivos, en la amenidad de las vías públicas incitando al comercio de proximidad, más cómodo y amigable, probablemente emerjan como objetivos en el proceso de consulta pública ciudadana del PGS ante los retos a que la ciudad se ha visto sometida recientemente.
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