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Una pregunta pertinente en estos días es si España está más vertebrada que cuando Ortega publicó hace cien años su célebre ensayo, denunciando invertebración. Es una metáfora nada inocente, que presupone que los vertebrados somos biológicamente chulis y los invertebrados, en cambio, ensayos defectuosos de ... la madre Naturaleza. Es evidente que los bichos con exoesqueleto e incluso los blanditos, como los lumiacos, se las arreglan para mantenerse íntegros todo el tiempo posible, y se han adaptado tanto a la tierra como al mar y al vuelo. A lo mejor España no tenía un problema de columna, sino de caparazón.
La solución posterior de Ortega, por la que en última instancia existe la autonomía de Cantabria que acaba de cumplir cuarenta años, fue la «redención de las provincias» mediante un generalizado estado autonómico. El «café para todos» de la Transición fue una aplicación en diferido de tal ideario. Lo mismo, pero seis décadas después. La otra opción sobre la mesa no era exactamente el estado liberal centralista, que ya venía muy castigado desde el propio siglo XIX, sino una diferencia entre algunas regiones autónomas o especiales y un «resto de España» administrativamente articulado solo en provincias.
Contra esta segunda opción, que Azaña y otros favorecían para encauzar el nacionalismo catalán, vasco y aun el gallego, se levantaba ese sentimiento igualitarista innato en la población ibérica, que nuestro presidente introdujo en el título de su libro 'Nadie es más que nadie' (aunque tiene otra lectura: que «Nadie», con mayúscula, es algo más que «nadie», con minúscula, y que hasta en el «no semos naide» hay clases).
Los aprendices de brujo que creen poder detener esta oscilación entre una España común y una diferenciada son demasiado optimistas sobre sus propias habilidades. Los abogados del diferencialismo siempre querrán más diferencia. La pasión igualitaria siempre querrá más igualdad. Para que esta contraposición no desemboque en enfrentamientos de antaño ni en riesgos de anarquía institucional, hay que pactar algún punto de equilibrio. Porque es pensamiento «constituyente» y no puede ser obra solo de una facción. Es como si se quisiera cambiar el Estatuto de Cantabria sin contar con consenso parlamentario. ¿Una ilusión de vertebrados?
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