Secciones
Servicios
Destacamos
Cada día, cuando abro el periódico a primera hora de la mañana, normalmente encuentro diversos comentarios referidos al drama que estamos viviendo, la pandemia, y de forma específica, al cumplimento de las diferentes normas de obligado cumplimiento, promulgadas al respecto, de las que de ... momento, no nos exime la vacuna. Utilización de mascarillas de forma permanente, incluso en casa cuando los habitantes de ésta no son convivientes; distancia de seguridad, especialmente cuando es prolongado el tiempo que se permanece juntos; lavado de manos frecuente e hidroalcohol; evitar aglomeraciones, reuniones de seis o diez personas, y si no son convivientes con mascarilla; evitar lugares cerrados o poco ventilados, como centros de ocio, bares, restaurantes, gimnasios... O en su lugar disfrutar de ellos, con buena ventilación, número limitado, al aire libre y distancia adecuada, así como todo lo que sea ordenado por la autoridad competente. Hemos de tener en cuenta que el virus ha aprendido a convivir con nosotros, está en nosotros, le trasladamos de un lugar a otro, de tal forma que cada día, se dan cientos de fallecidos y miles de contagiados de todas las edades. Es curioso o cuando menos sorprendente, que no conectemos con algo tan sencillo, fácil y desgraciadamente tan expresivo, pues son muchas las familias rotas.
Acudo ocasionalmente a un gimnasio donde disfrutan de sus instalaciones diferentes personas, jóvenes, adultas y mayores, incluso se da el caso de que alguno niega la realidad, con la boutade de: «Teniendo más de 75 años, a mi me da igual, que venga ese virus si quiere», expresión realizada para que se escuche, en un tono fuerte de voz, en ausencia de mascarilla.
En esta línea, podíamos apuntar diversas circunstancias. A los estudiantes, universitarios y jóvenes, que ignoran y no respetan a muchos de sus compañeros que desean cumplir con sus obligaciones, y organizan fiestas de amigos en las que no se puede decir que no se cumpla norma alguna, más bien su desprecio está en la conciencia de todos. Y a las familias, con la celebración de sus encuentros, bautizos, bodas, sepelios... En todas estas aglomeraciones, al tratarse de familiares, aunque no sean convivientes y cada una venga de un lugar geográfico diferente, las normas brillan por su ausencia, y se da la circunstancia de que algún miembro las critica o sencillamente las desprecia.
Pero hay algo más, y se da dentro del formato de las entrevistas de todo tipo, o simplemente de forma espontánea del sujeto que las realiza. «Es normal que la gente esté cansada, llevan mucho tiempo así, no es fácil aguantar la mascarilla tanto tiempo, (pregunten a las musulmanas), es desagradable e incluso representan una molestia al respirar». Para apuntalar cualquier oyente, «ya está bien de ponernos tantos límites, la socialización es necesaria e incluso vital. Que hagan lo que quieran, yo sigo haciendo una vida normal. No puedo más, ha llegado el momento del hartazgo». Ante estas reflexiones, muy comunes entre el entrevistador y entrevistado, uno, consciente de la realidad que se vive dentro de los hospitales, o a nivel de los centros de atención primaria, queda perplejo. Fallecimientos por cientos diariamente, contagios por miles a nivel de todas las edades, infectados muy graves llenando las UCI, de las que algunos salen hacia el cementerio, y otros a sus domicilios con cuadros diversos de secuelas, cuya evolución se ignora en este momento. Episodios diversos que crecen y crecen cada día, y todos ellos provocados por nuestra ignorancia, desprecio, laxitud en el cumplimiento de las normas, olvidos, pereza... En definitiva, por bajar la guardia, amén de por la anarquía y el narcisismo en el que están instalados nuestras autoridades.
Hace dos semanas una persona muy conocida, cercana, con la que mantenía una relación de amistad sincera, nos ha dejado. Nadie sabe ni el lugar ni la forma en la que fue atrapado por el virus, da la impresión de que fue por el contacto con un nieto, no conviviente, y que con todo el placer venía periódicamente a estar con su abuelo, siempre respetando las normas. Viuda, hijos y demás familia están envueltos por la desolación, la tristeza, por el profundo dolor que provoca toda despedida eterna, y la pregunta es, ¿se pudo evitar?, ¿podía mi querido amigo seguir a nuestro lado, entre nosotros, disfrutando de su familia, amigos y conocidos, así como de la pasión de la lectura?
El esfuerzo que se nos pide no es nada comparado con los frutos que se pueden conseguir. Pensemos pues en la trascendencia de nuestros actos, de los que, por sistema nos quejamos por su dureza, y si aún no nos convencemos, fijemos nuestra mirada en las múltiples embarcaciones que estos días llegan a Canarias, con seres, exhaustos unos, muertos otros y congelados el resto. Y si aún dudamos, pongamos una mirada en la isla de Lesbos y sintamos, en nuestras carnes, la miseria, la pobreza, el hambre, el desprecio y la humillación de sus migrantes. ¿Quién hablo de dureza? ¿De no aguantar más? ¿De que no se puede?
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.