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Cuando escuché esa expresión, 'Constancia en el esfuerzo', por primera vez y en inglés la traduje inmediatamente como 'Fuerza de voluntad'. La idea de tener determinación para alcanzar el fin propuesto acude a mi cabeza una y otra vez cuando escucho los buenos propósitos de ... defensa de la Democracia liberal -nuestro modo de entender la política- frente al autoritarismo iliberal que nos ha estado comiendo la tostada últimamente. Tanto en casa como en el extranjero.
¡Occidente, tenemos un problema! Vivimos cada vez más al día mientras en Oriente nunca parecen desviar la mirada del largo plazo. Los historiadores lo llaman 'presentismo' por oposición al 'futurismo' oriental y se refiere más a los líderes políticos que a los pueblos respectivos; aunque tal espíritu está embebido en nuestras respectivas culturas. Desde Felipe González a Borrell, desde Sánchez a Casado, desde Biden a Johnson, desde Macron a Schulz, todos dan muestras de ardor guerrero y cantan las alabanzas del heroico pueblo ucraniano dirigido por un sobrevenido líder carismático. De pronto parecen haber descubierto que nuestra democracia está en peligro y se aprestan a defenderla ('Con uñas y dientes' querido Paulino Viota). Ojalá la constancia del propósito no brille por su ausencia.
Dicho proyecto de americanos y europeos va para largo y está cuajado de dificultades. Los países occidentales son los primeros en reconocer que el número de países considerados democráticos viene decreciendo desde hace 10 años, y los que aún están en la lista consideran que sus democracias son más débiles hoy que hace 10 años; al punto de calificarlas como frágiles. No digamos ya China y Rusia, que hablan de la Democracia liberal como: «Una idea que malvive más allá de su vigencia» (Putin). Xi, por su parte, ha alabado con entusiasmo: «La fortaleza de un estado todopoderoso que confía en su sistema»; China, por supuesto.
Contrario a lo que se nos dice, la respuesta multinacional a la invasión de Ucrania por Rusia pone de manifiesto la situación apuntada. Es cierto que en la votación de la ONU, los países que han condenado la invasión son una clara mayoría numérica; pero cuando lo medimos en términos de población, los habitantes de los países que se abstuvieron suman a grosso modo la mitad de la población mundial, mientras las democracias representan un 13%. Que Alemania se haya sacudido de pronto su gran renuencia a armarse militarmente desde que perdió la Segunda Guerra Mundial y que Suiza haya renunciado a su muy acreditada neutralidad congelando los activos de la oligarquía rusa, son a su vez síntoma inequívoco de la alarma ante la comprometida situación de la hegemonía occidental.
Sumemos a todo esto la dureza de las sanciones a Rusia que se están poniendo en práctica, manifiesta evidencia de la imposibilidad de frenar la invasión de forma directa, como hubiera ocurrido si Occidente gozase aún de la situación ventajosa que había disfrutado hasta hace 20 años. La patética impotencia de Occidente ante el estallido de una guerra caliente en su patio trasero, que trae a la memoria imágenes de Las Guerras mundiales -bebés refugiados en los túneles del metro; civiles de todas las edades sin posibilidad de evacuar las ciudades sometidas a bombardeos; tres millones de refugiados en los países vecinos, más los que vengan- no me dejaran mentir.
Entre las dificultades a superar por la democracia, probablemente la tóxica polarización política que observamos en Estados Unidos y en muchos de los miembros de la Unión Europea, es la más crítica; pero las más difíciles de superar son la dependencia energética, la contaminación atmosférica, la dependencia en materias primas importadas, el desfase tecnológico con Asia... Como digo, la cultura de la sociedad de consumo está muy enraizada en Occidente y no es la más apropiada para llevar a cabo proyectos a largo plazo. El cortoplacismo es un mal endémico de todas las democracias y este principio ha contagiado a toda nuestra cultura de usar y tirar. China, por ejemplo, apenas lleva un par de décadas fomentando el consumismo; su cultura sigue siendo austera y la planificación a largo plazo está a la orden del día.
James Stavridis, que fue comandante supremo de la OTAN durante el período crítico de intervención en Libia en 2011 y las operaciones secretas en Siria a partir de 2010, resume así la situación: «El sistema global construido por Estados Unidos a partir de 1950 puede compararse con un coche fabricado por aquellos años: está dañado por el uso, es anticuado y necesita una revisión a fondo; pero sigue circulando por la carretera y ¡qué ironía! Putin ha hecho más para energizarlo en una semana que ninguna otra cosa que yo pueda recordar». ¿Durará el estímulo lo suficiente para completar tamaña tarea o se trata de la clásica 'inyección de toro' que cuando se pasa el efecto nos deja más abatidos si cabe?
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