![Era del covid, año I](https://s1.ppllstatics.com/eldiariomontanes/www/multimedia/202103/15/media/cortadas/62854771--1248x1768.jpg)
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Empecemos por reconocer algo que está muy claro pero que dados los inmensos inconvenientes no hemos sabido valorar: 2020 no ha sido 1918 (gripe española) y mucho menos 541 (peste bubónica). La alarma de pandemia se disparó a finales de 2019 y para el 10 ... de enero los científicos ya habían identificado el covid-19 y secuenciado su genoma. Tres meses después -justo ahora se cumple un año- los gobiernos empezaron a imponer medidas que ralentizaron su expansión. A finales del 2020 ya disponíamos de vacunas que se están demostrando efectivas, produciéndose en cantidades masivas.
Reconozcamos también algo que nunca antes había estado a disposición de la humanidad: el poder de la informática. Era inimaginable la realización de confinamientos masivos por tan largos periodos de tiempo si no hubiésemos dispuesto de dicha herramienta. La automatización y la digitalización de la agricultura y el transporte han permitido seguir alimentando a la población encerrada en sus casas. Eso sí, hemos quedado en manos de un puñado de personal mal pagado (sanitarios, conductores, cajeras, repartidores...), que han jugado un papel decisivo en hacer posible nuestra supervivencia. Además de la subsistencia, la informática ha permitido el teletrabajo y la educación a distancia. Me dirán que el trabajo 'online' ha presentado grandes dificultades y aumentado el estrés de padres e hijos a niveles estratosféricos; pero ya el hecho de su posibilidad ha sido lo nunca visto.
Para que no se diga que veo el vaso medio lleno en lugar de medio vacío, hablaré de política. Por mucho que se pretenda lo contrario, la política como la economía, no son ciencias exactas. Las mismas fórmulas no arrojan los mismos resultados al cambiar las circunstancias. Factores tan volubles como el estado de ánimo de las gentes resultan decisivos y lo mismo puede decirse de los sentimientos de seguridad/inseguridad o de confianza/desconfianza. La ciencia no puede reemplazar a la política. A la hora de optar por esta o aquella decisión han de tenerse en cuenta intereses y valores contrapuestos. No hay una fórmula científica para determinar qué es más importante en cada momento y decidir lo que se debe o no se debe hacer. Para decidir si se confina o no se confina, no sólo hay que calcular el número de personas que van a contagiarse sino las consecuencias psicológicas, la mala nutrición de sectores vulnerables de la población, la pérdida de puestos de trabajo, los estudiantes que se quedarán atrás por la falta de medios...
Por otra parte, sabemos que el panorama es muy distinto según se ponga el énfasis en unos u otros aspectos de la realidad. Se trata de encontrar el equilibrio entre las consideraciones médicas, económicas y sociales, y este equilibrio es muy distinto según el punto de vista que se adopte; es decir, según quien tome la decisión y sobre qué intereses tendrán mayor o menor influencia en ella.
A juzgar por los testimonios de los historiadores, desde la Grecia de Tucídides hasta ahora los políticos no estuvieron expuestos a este dilema. Todos tenían claro que el poder de soberanos y ministros no alcanzaba ni de lejos para copar el avance de una pandemia, de modo que nadie en su sano juicio les acusaba de dejación de funciones. Hoy, el progreso científico-técnico lo hace posible. Los países orientales han probado que incluso sin una vacuna se dispone de eficaces herramientas para frenar el covid, si bien el precio económico y social es muy alto. Tan alto que en Occidente no parecemos estar dispuestos a pagarlo y los gobiernos se desgastan en esta duda hamletiana perdiendo un tiempo precioso.
Desafortunadamente, demasiados políticos han fallado, no han tenido la altura de miras precisa para llegar a buen puerto. Y no pienso solo en los obvios ejemplos de Trump y Bolsonaro, los países occidentales en general han fracasado en sus esfuerzos para contener la pandemia, con miopía egoísta han dado preponderancia a las urgencias nacionales en lugar de adoptar miras más amplias. La incapacidad para diseñar un plan global que erradique el virus definitivamente es clamorosa; lo cual probablemente nos condene a sufrirlo de forma endémica por tiempo indefinido.
A estas alturas del partido hay un par conclusiones evidentes de cara al futuro: una, los países deben invertir mucho más dinero y recursos en salud pública, algo obvio pero políticos y votantes caen una y otra vez en la tentación de mirar para otro lado; otra, reconocer la necesidad de desarrollar un poderoso sistema global que monitorice y prevenga futuras pandemias, igual de obvio e ignorado. «Si el covid continúa expandiéndose este año matando a millones, o si una pandemia aún más mortífera asola a la humanidad en el próximo futuro, no será ello debido ni a las calamidades naturales ni a un castigo divino. Se deberá a un fallo humano, más precisamente, a un fallo político» (Yuval Harari).
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